“He puesto a Jehová enfrente de mí constantemente.” (SAL. 16:8.)
LAS Escrituras registran de manera extraordinaria la relación de Dios con la humanidad. En ellas se menciona a muchas personas que participaron en el cumplimiento del propósito divino. Por supuesto, sus historias no se incluyeron en la Biblia tan solo para entretenernos, sino para acercarnos más a Dios (Sant. 4:8).
Todos tenemos mucho que aprender de los personajes más conocidos de la Biblia, como Abrahán, Sara, Moisés, Rut, David, Ester y el apóstol Pablo. No obstante, hay otros personajes menos conocidos de los que también podemos aprender mucho. Si meditamos en lo que la Biblia relata sobre ellos, nos sentiremos impulsados a imitar al salmista, quien dijo: “He puesto a Jehová enfrente de mí constantemente. Porque él está a mi diestra, no se me hará tambalear” (Sal. 16:8). Ahora bien, ¿cómo hemos de entender estas palabras?
En el campo de batalla, el soldado por lo general portaba la espada con la mano derecha y el escudo con la izquierda, de modo que dejaba descubierta la diestra, o costado derecho. Pero si un compañero le cubría ese lado, quedaba protegido.
De la misma manera nos protegerá Jehová si lo tomamos en cuenta y le obedecemos. A continuación veremos algunos relatos bíblicos que fortalecerán nuestra fe y nos ayudarán a tener “a Jehová enfrente de [nosotros] constantemente”, es decir, a tenerlo “siempre presente” (Levoratti-Trusso).
Jehová contesta nuestras oraciones
Si tenemos siempre presente a Jehová, él contestará nuestras oraciones (Sal. 65:2; 66:19). Una prueba de ello es el caso del siervo de mayor edad de Abrahán, quien seguramente era Eliezer. Este hombre viajó a Mesopotamia por orden de su amo en busca de una esposa para Isaac, una mujer que sirviera a Jehová.
Acudió a Dios, le pidió ayuda y, al ver que Rebeca se ofrecía para dar de beber a sus camellos, supo reconocer la respuesta divina. Debido a que era un hombre de oración, encontró a la que llegaría a ser la amada esposa de Isaac (Gén. 24:12-14, 67).
Aunque no estemos en una misión especial, como lo estuvo el siervo de Abrahán, ¿no deberíamos tener esa misma confianza en que Jehová contestará nuestras oraciones?
A veces las circunstancias nos obligarán a ser breves al orar. En una ocasión, el rey persa Artajerjes quiso saber por qué su copero, Nehemías, estaba triste. En el curso de la conversación, le preguntó: “¿Qué es esto que tratas de conseguir?”. Ante eso, Nehemías oró “al instante [...] al Dios de los cielos”. Su oración tuvo que ser corta y en silencio, pero Jehová la contestó.
Nehemías recibió el respaldo del rey para reconstruir las murallas de Jerusalén (léase Nehemías 2:1-8). Como vemos, hasta las oraciones breves hechas en silencio dan resultados.
La Biblia también nos exhorta a que oremos “unos por otros”, aunque no siempre veamos de inmediato una respuesta clara a nuestras oraciones (Sant. 5:16). Por ejemplo, Epafras, “un fiel ministro del Cristo”, oró insistentemente por sus hermanos en la fe. Pablo escribió lo siguiente desde Roma: “Epafras, que es de entre ustedes [colosenses], esclavo de Cristo Jesús, les envía sus saludos, y siempre está esforzándose a favor de ustedes en sus oraciones, para que al fin estén de pie completos y con firme convicción en toda la voluntad de Dios.
Yo verdaderamente doy testimonio de él, que se empeña mucho a favor de ustedes y de los que están en Laodicea y de los que están en Hierápolis” (Col. 1:7; 4:12, 13).
Las ciudades de Hierápolis, Laodicea y Colosas se ubicaban en la misma región de Asia Menor. En Hierápolis, los cristianos vivían entre adoradores de la diosa Cibeles. En Laodicea, el problema era el materialismo. Y en Colosas, el peligro lo constituían las filosofías humanas (Col. 2:8). No es de extrañar, pues, que Epafras —quien era colosense— se preocupara por orar a favor de los hermanos de su ciudad.
Él siempre oraba por ellos, aunque la Biblia no dice cómo se contestaron sus oraciones. También nosotros debemos orar constantemente por nuestros hermanos. Aunque no nos entrometemos en asuntos ajenos, es probable que sepamos de familiares o amigos que estén pasando por una prueba difícil (1 Ped. 4:15). Una buena manera de ayudarlos es pedir por ellos en nuestras oraciones. A Pablo le hicieron mucho bien las oraciones de sus hermanos, y las nuestras pueden tener el mismo efecto en los demás (2 Cor. 1:10, 11).
¿Se nos conoce como personas que valoran la oración? Cuando Pablo se reunió con los ancianos de Éfeso, “se arrodilló con todos ellos y oró”. Luego “prorrumpió gran llanto entre todos ellos, y se echaron sobre el cuello de Pablo y lo besaron tiernamente, porque especialmente les causaba dolor la palabra que había hablado en el sentido de que no iban a contemplar más su rostro” (Hech. 20:36-38).
Ignoramos los nombres de aquellos ancianos; lo que sí sabemos es que se trataba de hombres que valoraban la oración. Nosotros también debemos considerar un honor orar a Dios. Sigamos siendo leales, “alzando [nuestras] manos”, seguros de que nuestro Padre celestial nos contestará (1 Tim. 2:8).