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Thursday, January 6, 2011

¿Cómo ven Dios y Cristo a la mujer?


¿CÓMO podemos hacernos un cuadro completo de lo que opina Jehová Dios de las mujeres? Una manera es examinando la actitud y la manera de tratarlas de Jesucristo, que es “la imagen del Dios invisible” y la persona que refleja a la perfección el punto de vista divino (Colosenses 1:15). El modo como trató Jesús a las mujeres indica que tanto él como su Padre las respetan y que de ninguna manera aprueban la tiranía a la que se ven sometidas con tanta frecuencia en muchos países.

Analicemos la ocasión en que Jesús habló con una mujer en un pozo. El Evangelio de Juan nos cuenta que “llegó una mujer de Samaria a sacar agua” y que “Jesús le dijo: ‘Dame de beber’”. Él estuvo dispuesto a conversar con una samaritana en público, aun cuando los judíos en general no se trataban con los samaritanos. Según The International Standard Bible Encyclopedia, para los judíos, “conversar con una mujer en público era particularmente escandaloso”. No obstante, Jesús se mostró respetuoso y considerado con las mujeres y nunca albergó prejuicios raciales ni sexistas. De hecho, aquella samaritana fue la primera persona a quien le reveló que él era el Mesías (Juan 4:7-9, 25, 26).

En otra ocasión se acercó a Jesús una mujer que por doce años había sufrido de flujo de sangre, una enfermedad que la avergonzaba y le restaba energías. Cuando ella lo tocó, se sanó al instante. “Jesús se volvió y, al observarla, dijo: ‘Ten ánimo, hija; tu fe te ha devuelto la salud’.” (Mateo 9:22.) La Ley de Moisés estipulaba que una mujer en su estado no podía mezclarse con la gente, ni mucho menos tocar a nadie. Pero Jesús no la regañó, sino que la confortó con compasión y hasta la llamó “hija”. ¡Cuánto tuvo que tranquilizarla oír aquellas palabras! ¡Y qué feliz debió de sentirse Jesús al curarla!

Después de resucitar, Jesús se apareció en primer lugar a María Magdalena y a otra de sus discípulas, a quien la Biblia llama “la otra María”. Aunque pudo haberse aparecido primero a Pedro, a Juan o a algún otro de sus seguidores varones, dignificó a las mujeres permitiendo que los primeros testigos de su resurrección fueran ellas. Un ángel les ordenó que contaran a los discípulos aquel acontecimiento inaudito. Luego, Jesús les dijo: “Vayan, informen a mis hermanos” (Mateo 28:1, 5-10). Él no se dejó influenciar en lo más mínimo por los prejuicios que en su tiempo reinaban en la comunidad judía, como el de que las mujeres no podían servir de testigos en un juicio.

De modo que lejos de tener un punto de vista prejuiciado de las mujeres o aprobar de algún modo los comportamientos machistas, Jesús demostró que las respetaba y valoraba. Sus enseñanzas iban completamente en contra de la violencia hacia las mujeres, y podemos estar seguros de que su actitud fue un reflejo perfecto del punto de vista de su Padre, Jehová.

Mujeres bajo el cuidado divino

“En ningún lugar del antiguo Mediterráneo o el Oriente Próximo se concedía a la mujer la libertad de la que disfruta en la moderna sociedad de Occidente. La tónica general era la de subordinación al hombre, tal como los esclavos estaban subordinados a las personas libres, y los jóvenes, a los mayores. [...] Se tenía en mayor estima a los hijos que a las hijas, y a veces se dejaba a las niñas expuestas a las inclemencias del tiempo para que murieran.” Así describe un diccionario bíblico la actitud predominante hacia las mujeres en la antigüedad. En muchos casos, su situación era casi equiparable a la de los esclavos.

La Biblia fue escrita en un tiempo en que esta actitud se palpaba en las costumbres de la gente. Sin embargo, las leyes de Dios contenidas en ella manifestaban gran estima por la mujer, lo cual era diametralmente opuesto al concepto de muchas culturas.

El interés de Jehová por el bienestar femenino se hace patente en las múltiples ocasiones en que él actuó a favor de sus siervas. Por ejemplo, dos veces impidió que violaran a Sara, la bella esposa de Abrahán (Génesis 12:14-20; 20:1-7). Mostró favor a Lea, la esposa menos amada de Jacob, “abri[éndole] la matriz” para que engendrara un hijo (Génesis 29:31, 32). A dos parteras israelitas piadosas que arriesgaron la vida en Egipto para salvar a los niños hebreos de la muerte, las recompensó concediéndoles hijos (Éxodo 1:17, 20, 21). También respondió a la fervorosa súplica de Ana (1 Samuel 1:10, 20). Y cuando la viuda de un profeta estaba a punto de perder a sus dos hijos, a quienes un acreedor iba a llevarse como esclavos en pago de una deuda, Jehová no la abandonó a su suerte. Amorosamente utilizó al profeta Eliseo para multiplicarle el suministro de aceite a fin de que pagara la deuda y tuviera de sobra para su uso doméstico. Gracias a esto, ella conservó su familia y su dignidad (Éxodo 22:22, 23; 2 Reyes 4:1-7).

Los profetas condenaron reiteradamente la explotación de las mujeres y el uso de la fuerza contra ellas. Jeremías mandó a los israelitas en nombre de Jehová: “Hagan derecho y justicia, y libren de la mano del defraudador a la víctima del robo; y no maltraten a ningún residente forastero, huérfano de padre ni viuda. No les hagan violencia. Y no derramen sangre inocente en este lugar” (Jeremías 22:2, 3). Antes otro profeta había censurado a los ricos y poderosos de Israel por haberles quitado a las mujeres sus casas y haber maltratado a sus hijos (Miqueas 2:9). El Dios de justicia ve y condena tales actos, que tanto sufrimiento causan a las mujeres y a sus hijos.

La “esposa capaz”

El escritor del libro de Proverbios ofrece una descripción adecuada de la mujer virtuosa. Y puesto que está incluida en la Palabra de Dios, podemos estar seguros de que él aprueba esta bella descripción del papel y la posición que ocupa la mujer. A ella no se la oprime ni se la considera inferior; todo lo contrario, se la aprecia, se la respeta y se le tiene confianza.

La “esposa capaz” del capítulo 31 de Proverbios es enérgica y hacendosa. Trabaja con esmero en lo que es “el deleite de sus manos”. Hasta compra y vende propiedades; por ejemplo, ve un campo y lo compra. Comercia con prendas de vestir que ella misma confecciona, y además suministra cinturones a los mercaderes. No es perezosa. Por otro lado, sus palabras destilan sabiduría y bondad, y se valoran muchísimo. De ahí que su marido, sus hijos y, más importante aún, Jehová, la tengan en tan alta estima.

Las mujeres casadas no deberían ser las víctimas de hombres que se aprovechen de ellas, que las maltraten o que las sometan a abusos; más bien, han de ser el feliz y virtuoso “complemento” de sus esposos (Génesis 2:18).

Dignas de honra

Cuando el apóstol Pedro escribió a los casados sobre cómo debían tratar a sus esposas, los exhortó a imitar a Jehová y Jesucristo diciéndoles: “Ustedes, esposos, continúen [...] asignándoles honra” (1 Pedro 3:7). Honrar a una persona implica valorarla y respetarla en sumo grado. De modo que el hombre que honra a su esposa no la humilla ni la degrada ni la maltrata, sino que demuestra de palabra y obra, en público y en privado, que la cuida y la quiere.

Honrar así a la mujer contribuye positivamente a la felicidad de la pareja. Veamos el ejemplo de Carlos y Cecilia. Tras un tiempo de casados, comenzaron a pelearse con mucha frecuencia. A veces dejaban de hablarse. No sabían cómo resolver sus problemas. Él era violento; ella, exigente y orgullosa. Cuando empezaron a estudiar la Biblia y a aplicar lo que aprendían, las cosas fueron mejorando. Cecilia señala: “Me doy cuenta de que las enseñanzas de Jesús y su ejemplo han transformado mi personalidad y también la de mi marido. Gracias al ejemplo de Jesús, ahora soy más humilde y comprensiva. He aprendido a pedir la ayuda de Jehová en oración, como hacía Jesús. Carlos ha aprendido a ser más tolerante y a controlarse más, en otras palabras, a honrar a su esposa como Jehová desea”.

Su matrimonio no es perfecto, pero ha soportado la prueba del tiempo. En los últimos años han tenido que hacer frente a dificultades graves; Carlos se quedó sin empleo y, además, tuvieron que operarlo de cáncer. Pese a todo, su matrimonio no se ha debilitado, sino que se ha fortalecido aún más.

Desde que la humanidad cayó en el pecado, las mujeres han sido privadas de su dignidad en muchas culturas. Han soportado abuso físico, mental y sexual. Pero no es así como Jehová espera que las traten los hombres. La Biblia estipula que, por encima de los conceptos de cualquier cultura, todas las mujeres merecen honra y respeto. Este es un derecho que Dios les ha concedido.

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