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Wednesday, January 19, 2011

Un samaritano que amaba a su prójimo


JESÚS quizás está cerca de Betania, una aldea a unos tres kilómetros [2 millas] de Jerusalén. Un perito en la Ley de Moisés se le acerca para preguntarle: “Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?”.

Jesús percibe que no es que el hombre, un abogado, esté buscando información, sino que desea someterlo a prueba. Quizás procure que Jesús dé una respuesta que ofenda a los judíos. Por eso, Jesús hace que el abogado se comprometa en la cuestión, preguntándole: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?”.

El abogado, al responder, despliega perspicacia poco usual; cita de las leyes de Dios en Deuteronomio 6:5 y Levítico 19:18, así: “‘Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente’, y, ‘a tu prójimo como a ti mismo’”.

“Contestaste correctamente —responde Jesús—. Sigue haciendo esto y conseguirás la vida.”
Sin embargo, el abogado no está satisfecho. Quiere una respuesta más específica de Jesús. Quiere que Jesús confirme que los puntos de vista de él son correctos y, por eso, que él trata a otros con justicia. Por lo tanto, pregunta: “¿Quién, verdaderamente, es mi prójimo?”.

Los judíos creen que el término “prójimo” aplica solo a otros judíos, como parece indicar el contexto de Levítico 19:18. De hecho, después hasta el apóstol Pedro dijo: “Bien saben ustedes cuán ilícito le es a un judío unirse o acercarse a un hombre de otra raza”. De modo que tanto el abogado como quizás los discípulos de Jesús creen que son justos si tratan con bondad solo a otros judíos, puesto que, según su punto de vista, los no judíos no son en realidad su prójimo.

¿Cómo puede Jesús corregir ese punto de vista de sus oyentes sin ofenderlos? Les hace un relato que quizás estuvo basado en un suceso real. “Cierto [judío] —explica Jesús— bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó entre salteadores, que lo despojaron y también le descargaron golpes, y se fueron, dejándolo medio muerto.”

“Ahora bien, por casualidad —continúa Jesús—, cierto sacerdote bajaba por aquel camino, pero, cuando lo vio, pasó por el otro lado. Así mismo, un levita también, cuando bajó al lugar y lo vio, pasó por el otro lado. Pero cierto samaritano que viajaba por el camino llegó a donde estaba y, al verlo, se enterneció.”

Muchos sacerdotes y sus auxiliares levitas que trabajan en el templo viven en Jericó, a una distancia de 23 kilómetros [14 millas] por una carretera peligrosa que baja 900 metros [3.000 pies] desde donde sirven en el templo de Jerusalén. Sería de esperarse que el sacerdote y el levita ayudaran a otro judío que se hallara en dificultades. Pero no lo hacen. Más bien, un samaritano lo ayuda. Los judíos odian tanto a los samaritanos que poco tiempo atrás habían insultado enconadamente a Jesús llamándolo “samaritano”.

¿Qué hace el samaritano para ayudar al judío? “Se le acercó —dice Jesús— y le vendó sus heridas, y vertió en ellas aceite y vino. Luego lo montó sobre su propia bestia y lo llevó a un mesón y lo cuidó. Y al día siguiente sacó dos denarios [más o menos el salario de dos días], se los dio al mesonero, y dijo: ‘Cuídalo, y lo que gastes además de esto, te lo pagaré cuando vuelva acá’.”

Después de contar esto, Jesús le pregunta al abogado: “¿Quién de estos tres te parece haberse hecho prójimo del que cayó entre los salteadores?”.

El abogado, que no quiere atribuir mérito a un samaritano, contesta sencillamente: “El que actuó misericordiosamente para con él”.

“Ve y haz tú lo mismo”, concluye Jesús.

Si Jesús le hubiera dicho de manera directa al abogado que los no judíos también eran su prójimo, en primer lugar aquel hombre no habría aceptado su punto, y en segundo lugar pudiera haber sucedido que la mayoría de los presentes se pusieran de parte del abogado en su polémica con Jesús. Sin embargo, este relato fiel a la realidad manifiesta irrefutablemente que entre nuestro prójimo hay personas que no son de la misma raza y nacionalidad que nosotros. ¡Qué excelente manera de enseñar usa Jesús!  (Lucas 10:25-37; Hechos 10:28; Juan 4:9; 8:48.)

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