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Friday, May 20, 2011

El perdón abre el camino a la salvación

Hicieron la voluntad de Jehová
 


 

LOS diez hijos de Jacob que estaban de pie ante el primer ministro de Egipto compartían un terrible secreto. 

Años atrás habían vendido a su medio hermano José como esclavo y a la vez habían planeado decir a su padre que una fiera lo había matado (Génesis 37:18-35).
 

Unos veinte años después de ese incidente, un hambre extrema obligó a estos diez hombres a ir a Egipto para comprar grano. Pero tuvieron contratiempos. El primer ministro, que también era el administrador de alimentos, los acusó de ser espías. Encarceló a uno de ellos y mandó a los demás que volvieran a casa y trajeran a su hermano menor, Benjamín. Cuando lo hicieron, el primer ministro puso por obra un plan para detener a Benjamín (Génesis 42:1–44:12).
 

Judá, uno de los hijos de Jacob, protestó. ‘Si volvemos a casa sin Benjamín —dijo él— nuestro padre morirá.’ Entonces sucedió algo que ni Judá ni ninguno de los que viajaban con él esperaba. El primer ministro ordenó que todos salieran de la sala con excepción de los hijos de Jacob, y entonces se echó a llorar intensamente. Cuando recobró la compostura, les dijo: “Yo soy José” (Génesis 44:18–45:3).
 

Clemencia y liberación
 

“¿Todavía está vivo mi padre?”, preguntó José a sus medio hermanos. Nadie respondió. Ninguno de ellos sabía qué decir. ¿Deberían extasiarse o aterrorizarse? Después de todo, veinte años atrás habían vendido a este hombre como esclavo. José tenía la autoridad para encarcelarlos, enviarlos a casa sin alimento o, peor aún, ¡ejecutarlos! Con buena razón, sus medio hermanos “no pudieron contestarle en absoluto, porque quedaron perturbados a causa de él” (Génesis 45:3).
 

José los tranquilizó enseguida. “Acérquense a mí, por favor”, dijo. Ellos obedecieron. Entonces añadió: “Yo soy José su hermano, a quien ustedes vendieron en manos de Egipto. Pero ahora no se sientan heridos y no se encolericen contra ustedes mismos por haberme vendido acá; porque para la conservación de vida me ha enviado Dios delante de ustedes” (Génesis 45:4, 5).
 

José no habría mostrado misericordia si no hubiera tenido base para ello. Ya había observado prueba de su arrepentimiento. Por ejemplo, cuando los acusó de ser espías, los oyó decir entre sí: “Indisputablemente somos culpables tocante a nuestro hermano [...]. Por eso nos ha sobrevenido esta angustia” (Génesis 42:21). Además, Judá había ofrecido quedarse como esclavo en lugar de Benjamín a fin de que este regresara a su padre (Génesis 44:33, 34).
 

De modo que José tenía razón para mostrar misericordia. Es más, sabía que hacerlo redundaría en la salvación de toda su familia. Por eso dijo a sus medio hermanos que volvieran a su padre, Jacob, y le dijeran: “Esto es lo que ha dicho tu hijo José: ‘Dios me ha nombrado señor de todo Egipto. Baja a mí. No vayas a tardar. Y tendrás que morar en la tierra de Gosén, y tendrás que continuar cerca de mí, tú y tus hijos y los hijos de tus hijos y tus rebaños y tus vacadas y todo cuanto tienes. Y yo ciertamente te proveeré de alimento allí’” (Génesis 45:9-11).
 

El José Mayor
 

A Jesucristo se le puede llamar el José Mayor, pues existen similitudes asombrosas entre estos dos hombres. 

Al igual que José, Jesús fue maltratado por sus hermanos, descendientes como él de Abrahán (compárese con Hechos 2:14, 29, 37). En ambos casos su situación cambió de forma extraordinaria. Con el tiempo, José pasó de ser esclavo a primer ministro, superado solo por Faraón. De manera parecida, Jehová levantó a Jesús de entre los muertos y lo ensalzó a una posición superior, “a la diestra de Dios” (Hechos 2:33; Filipenses 2:9-11).
 

Como primer ministro, José podía suministrar alimento a todas las personas que fueran a Egipto para comprar grano. Hoy, el José Mayor utiliza en la Tierra a la clase del esclavo fiel y discreto para dispensar el alimento espiritual “al tiempo apropiado” (Mateo 24:45-47; Lucas 12:42-44). De hecho, los que acuden a Jesús “ya no tendrán hambre ni tendrán más sed, [...] porque el Cordero, que está en medio del trono, los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida” (Revelación [Apocalipsis] 7:16, 17).
 

Una lección para nosotros
 

José nos dio un extraordinario ejemplo de misericordia. La justicia estricta habría exigido que castigara a quienes lo habían vendido como esclavo. Por otra parte, el sentimentalismo pudiera haberlo llevado a simplemente pasar por alto su transgresión. José no se fue ni a un extremo ni al otro. Más bien, puso a prueba el arrepentimiento de sus medio hermanos. Y cuando observó que su pesar era sincero, los perdonó.
 

Podemos imitar a José. Si alguien que ha pecado contra nosotros se arrepiente de corazón, debemos perdonarlo. Claro está, nunca debemos dejar que el sentimentalismo nos ciegue de modo que pasemos por alto un mal grave. Por otro lado, no hemos de permitir que el rencor nos impida ver las obras de arrepentimiento sincero. 

Por ello, ‘continuemos soportándonos unos a otros y perdonándonos liberalmente unos a otros’ (Colosenses 3:13). De esta manera imitaremos a nuestro Dios, Jehová, que está “listo para perdonar” (Salmo 86:5; Miqueas 7:18, 19).

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