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Wednesday, June 1, 2011

‘Lo que las naciones sacrifican, a demonios lo sacrifican’


 

ESCRIBIENDO a los cristianos que vivían en la ciudad notoria de Corinto, el apóstol Pablo dio la siguiente advertencia: “Las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican, y no a Dios; y no quiero que ustedes se hagan partícipes con los demonios.” (1 Cor. 10:20) ¿Cómo pueden los cristianos del siglo veinte beneficiarse de esta advertencia? ¿Pudiéramos nosotros realmente hacernos “partícipes con los demonios” aunque no ofreciéramos sacrificios de animales? ¿Qué principio hallamos detrás de las palabras del apóstol?
 

SACRIFICIOS DEL PASADO
 

En la antigüedad, muchas personas presentaban sacrificios y ofrendas a sus dioses. El que lo hicieran era un acto de devoción, hasta de amor, de parte de ellas. Por medio de su sacrificio, el que lo ofrecía deseaba complacer o apaciguar a la divinidad a quien adoraba.
 

Como pecador impenitente, el primer hombre, Adán, nunca ofreció un sacrificio a Dios. Los primeros sacrificios que se mencionan en la Biblia fueron los que hicieron los hijos de Adán, Abel y Caín. La ofrenda de Caín consistía en “algunos frutos del suelo,” mientras que Abel sacrificó “algunos primogénitos de su rebaño.” Se nos dice que “aunque Jehová miraba con favor a Abel y su ofrenda, no miraba con ningún favor a Caín ni a su ofrenda.”—Gén. 4:3-5.
 

Jehová, quien puede leer los corazones, rechazó la ofrenda de Caín, pues veía que él era formalista y la hacía sin fe fundamental. Su ofrenda pudiera tender a ensalzar al individuo que la presentaba, más bien que manifestar amor por el Ser Divino.

Para Jehová era obvio que Caín no estaba tratando de acercarse más a su Hacedor en una relación íntima correcta. Sin embargo, las intenciones de Abel eran completamente contrarias a las de su hermano.
 

Al escribir a los cristianos hebreos, Pablo señaló que el sacrificio de Abel fue impulsado por fe. 

Probablemente Abel había aprendido y tenía presente lo que Jehová había dicho a la serpiente mientras nuestros primeros padres todavía estaban en el jardín de Edén: “Pondré enemistad entre ti y la mujer y entre tu descendencia y la descendencia de ella. Él te magullará en la cabeza y tú le magullarás en el talón.” (Gén. 3:15)

Indudablemente Abel analizó aquellas palabras y creyó cabalmente que alguien tendría que derramar su sangre, o ser ‘magullado en el talón,’ a fin de que la humanidad fuera levantada de nuevo al estado de perfección del cual Adán y Eva habían disfrutado antes de su rebelión.
 

Más tarde, es posible que naciones que no adoraban a Jehová hubieran llegado a oír acerca de ‘una descendencia prometida.’ En escritos clásicos de los griegos se lee acerca de la virtud de la sangre de una deidad que podía derramarse para la redención de la humanidad. 

Además, ¿quién no ha oído hablar del héroe mítico Aquiles, quien tenía el cuerpo inmortal, pero, ¡ay!, el talón vulnerable? Por lo tanto, andando el tiempo, tanto los adoradores verdaderos como los falsos ofrecían sacrificios: aquéllos a Dios y éstos a supuestas deidades.
 

Inmediatamente después de salir del arca en el año 2369 a. de la E.C., Noé expresó gratitud sincera por la liberación. La expresó por medio de construir un altar y ofrecer sacrificios a Jehová sobre éste. (Gén. 8:20, 21)

Después, los sacrificios eran un medio por el cual la persona manifestaba su relación con Dios y su dependencia de él. Andando el tiempo, llegó a ser costumbre el que el varón que era cabeza de la familia actuara de sacerdote.—Gén. 31:54; Job 1:5.
 

Con el tiempo, el sacrificar animales limpios llegó a ser una parte vital de la adoración de Jehová que los israelitas practicaban. Estos sacrificios representaron típicamente el sacrificio de la vida de Jesús para salvar a toda la humanidad obediente. 

Tal como Adán, el antepasado de la raza humana, pasó a su prole la imperfección y la muerte, así “el último Adán,” Jesucristo, finalmente daría su vida perfecta como rescate para personas de toda clase.—Mat. 20:28; Rom. 5:12; 6:23; 1 Cor. 15:22, 45.
 

Entre los muchos tipos de sacrificios u ofrendas que se presentaban bajo la ley dada a los israelitas mediante 
Moisés estaban las ofrendas de comunión, o de paz. En esta clase de ofrenda, Jehová recibía el humo grato de la grasa ardiente, y el sacerdote que atendía a sus deberes del sacrificio recibía una porción selecta del animal, lo mismo que los demás sacerdotes en servicio. 

El adorador y los miembros de su familia participaban del animal sacrificado en el patio del templo, donde había comedores. Este realmente era un sacrificio de comunión. Jehová consideraba como asunto muy serio esta comunión o relación con el que hacía el sacrificio, pues, según los requisitos de la Ley, hasta se castigaba con la muerte al que participaba estando en condición de inmundicia.—Lev. 7:20, 21; 19:5-8.
 

De lo que dice el apóstol Pablo, parece claro que los sacerdotes paganos participaban de los animales sacrificados. También participaban los individuos que presentaban estos sacrificios a los dioses falsos. Pero el apóstol dio esta advertencia a sus compañeros de creencia: “Las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican, y no a Dios; y no quiero que ustedes se hagan partícipes con los demonios. 

No pueden estar bebiendo la copa de Jehová y la copa de demonios; no pueden estar participando de ‘la mesa de Jehová’ [este acto significaba paz con Dios como partícipes de la Cena del Señor] y de la mesa de demonios. ¿O ‘estamos incitando a Jehová a celos’? Nosotros no somos más fuertes que él, ¿verdad?”—1 Cor. 10:18-22.
 

Cuando la ley mosaica estaba en vigor, era posible distinguir entre la adoración verdadera y la falsa. Se podía razonar con acierto que si el sacrificio no se hacía en el templo de Jerusalén y por medio de uno de los sacerdotes aarónicos, ese sacrificio automáticamente era inaceptable a Dios. (Deu. 12:5-7; 26:2, 3) 

Sin embargo, hoy día no hay sacerdocio aarónico que ofrezca sacrificios de animal en Jerusalén ni en ningún otro lugar. El sacrificio de Jesús ha cumplido con esos sacrificios y los ha quitado de en medio. (Col. 2:13, 14; Heb. 7:12) Por lo tanto, ¿cómo podemos ejercer cuidado hoy día para no ser partícipes con los demonios?
 

EJERCER CUIDADO HOY DÍA
 

Los sacrificios denotan devoción a un poder superior o deidad. Por eso, hoy día tienen que ver con nuestra conducta, nuestro comportamiento, nuestro modo de pensar y de obrar. Pablo indicó que “el dios de este sistema de cosas” no es otro sino Satanás el Diablo, el demonio principal. (2 Cor. 4:4) Por lo tanto, es lógico el hecho de que los cristianos no pueden ser parte de este sistema sobre el cual Satanás gobierna. 

De otro modo, estaríamos participando con él, siendo usados por él. (Sant. 4:4) Muchas cosas que la gente de este sistema hace son contrarias a la voluntad y los caminos de Jehová, y el que nos envolviéramos en estas prácticas significaría participar con los demonios en hacer lo malo. Considere los muchos aspectos y rasgos de la religión falsa, el nacionalismo, el materialismo, la adoración de ídolos populares, y así por el estilo.
 

Los cristianos verdaderos “no son parte del mundo.” (Juan 15:19) Viven en este sistema de cosas, pero no pertenecen a él. Han salido del imperio de religión falsa de éste. (Rev. 18:4)

La religión, la política, las ambiciones, las aspiraciones materialistas, las esperanzas y cosas parecidas de este sistema fueron en un tiempo parte de nuestra propia vida. En el pasado, algunos de nosotros luchamos a favor de este sistema, tratábamos de reformarlo, nos esforzábamos por perpetuarlo. 

Pero ahora vemos la futilidad de esos esfuerzos que anteriormente hacíamos con toda sinceridad. Cuando apoyábamos este sistema de cosas, el cual está opuesto a la voluntad y a los caminos de Jehová, estábamos muertos a los ojos de Dios. 

Pero Jehová nos extendió misericordia. Nos mostró cómo salir de nuestra mala situación. Sí, vivificó espiritualmente a los seguidores ungidos de Cristo. Pablo describe esto en Efesios 2:1-6.
 

Recordemos que el Israel de la antigüedad era una nación que difería de todas las demás naciones. Tenía a Jehová como su Dios, un lugar de adoración singular, un sacerdocio y una ley. Aquella ley no solo le mostró al pueblo de Dios cómo ser limpios moral y espiritualmente, sino que también les mandó que evitaran alianzas con las otras naciones y que no se envolvieran en las prácticas de ellas.—Deu. 18:9-13.
 

Los siervos de Jehová de la actualidad también son diferentes de las naciones de este mundo. Estos cristianos tienen a Jehová como su Dios, así como también su propia forma de adoración basada en la Palabra de Dios. 

Aceptan la Biblia como libro de Dios y siguen sus mandamientos. Uno de los mandatos que la Biblia contiene es: “No estén amando ni al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo lo que hay en el mundo —el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno— no se origina del Padre, sino que se origina del mundo. Además, el mundo va pasando y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”—1 Juan 2:15-17.
 

Es solo cuando comprendemos lo que quiere decir el no ser parte de este mundo que podemos entender las siguientes palabras de Pablo a los corintios: “No; pero digo que las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican, y no a Dios; y no quiero que ustedes se hagan partícipes con los demonios.” (1 Cor. 10:20) Benditos son los que hoy día mantienen una posición limpia delante de Jehová y su Hijo y no se hacen “partícipes con los demonios.”

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