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Monday, June 6, 2011

Se mantuvo vigilante y esperó con confianza

Ejemplos de fe

 

ELÍAS ansiaba estar a solas para orar a su Padre celestial. Sin embargo, la muchedumbre que lo rodeaba acababa de verlo pedir que bajara fuego del cielo, por lo que probablemente muchos tratarían de congraciarse con él. Pero antes de ascender a las cumbres del monte Carmelo —siempre azotadas por el viento— y orar allí en privado, Elías debía encararse a la desagradable tarea de hablar con el rey Acab.
 

Era difícil encontrar dos hombres más diferentes. Por un lado, Acab, vestido con sus espléndidas prendas reales, era un apóstata avaricioso y sin fuerza de voluntad. Por otra parte, Elías, con su atuendo oficial de profeta —posiblemente una sencilla y tosca prenda confeccionada con piel animal o con pelo de camello o de cabra—, era un hombre de fe, valiente e íntegro. El día que estaba a punto de concluir había revelado la clase de hombre que era cada uno de ellos.
 

Había sido un día nefasto para Acab y los demás adoradores de Baal. Se había asestado un golpe devastador a la religión pagana que Acab y su esposa, la reina Jezabel, promovían en el reino de diez tribus de Israel. Baal había resultado ser un fraude. Aquel dios inerte había sido incapaz de encender un simple fuego en respuesta a las súplicas desesperadas, las danzas y el ritual sangriento de sus profetas. Tampoco había podido librar a aquellos 450 hombres de una ejecución bien merecida. Pero este dios falso había fallado en algo más, y ese fracaso estaba a punto de evidenciarse por completo. Por más de tres años, sus profetas le habían implorado que pusiera fin a la sequía que padecía el país, pero Baal no había podido. Sin embargo, Jehová no tardaría en demostrar su supremacía al hacer que lloviera (1 Reyes 16:30–17:1; 18:1-40).
 

Pero ¿cuándo intervendría Jehová? ¿Qué haría Elías entretanto? ¿Y qué podemos aprender nosotros de este hombre de fe? Veamos las respuestas mientras analizamos el relato de 1 Reyes 18:41-46.
 

Un hombre de oración
 

Elías se dirigió a Acab y le dijo: “Sube, come y bebe; porque hay el sonido de la ruidosa agitación de un aguacero” (versículo 41). ¿Había aprendido algo este perverso rey de todo lo ocurrido aquel día? El relato no da detalles al respecto, pero no encontramos palabras de arrepentimiento ni ninguna petición al profeta para que intercediera ante Jehová a fin de obtener su perdón. No, Acab simplemente “procedió a subir a comer y beber” (versículo 42). Pero ¿qué hay de Elías?
 

“En cuanto a Elías, subió a la cima del Carmelo y empezó a agazaparse a tierra y a mantener su rostro puesto entre las rodillas.” Mientras que Acab se preocupaba de llenar su estómago, Elías aprovechó la oportunidad para orar a su Padre. Llama la atención la humilde postura que adoptó el profeta: arrodillado con la cabeza tan agachada que el rostro quedaba cerca de las rodillas. ¿Qué estaba pidiendo? No hace falta que lo adivinemos, pues la Biblia dice en Santiago 5:18 que Elías oró para que se acabara la sequía, y todo indica que el profeta elevó dicha oración cuando se hallaba en la cima del monte Carmelo.
 

Elías sabía que Jehová había dicho: “Estoy resuelto a dar lluvia sobre la superficie del suelo” (1 Reyes 18:1). 

Por lo tanto, lo que pidió fue que se efectuara la voluntad de su Padre, lo mismo que Jesús enseñaría a sus discípulos a pedir en oración unos mil años más tarde (Mateo 6:9, 10).
 

El ejemplo de Elías nos enseña mucho sobre la oración. Lo principal para él era que se cumpliera la voluntad de su Padre celestial. Del mismo modo, nosotros al orar debemos recordar las siguientes palabras: 

“No importa qué sea lo que pidamos conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14). Obviamente, debemos conocer cuál es la voluntad de Dios para que nuestras oraciones le agraden, y esa es una buena razón para adoptar la costumbre de estudiar la Biblia todos los días. Además, es probable que Elías orara por el fin de la sequía al ver todo lo que sus compatriotas estaban sufriendo. Y es posible que también expresara su agradecimiento después de presenciar el milagro que Jehová había efectuado aquel mismo día. 

En nuestro caso, la preocupación por el bienestar de los demás y la gratitud sincera también deberían caracterizar nuestras oraciones (2 Corintios 1:11; Filipenses 4:6).
 

Con plena confianza y actitud vigilante
 

Si bien Elías estaba seguro de que Jehová terminaría con la sequía, de lo que no estaba seguro era de cuándo lo haría. ¿Qué hizo el profeta mientras tanto? Regresemos al relato de 1 Reyes 18:41-46 y notemos lo que dice el versículo 43: “[Elías le] dijo a su servidor: ‘Sube, por favor. Mira en dirección al mar’. Él subió, pues, y miró, y entonces dijo: ‘No hay nada absolutamente’. Y él pasó a decir: ‘Vuelve’, siete veces”. El ejemplo de Elías nos enseña por lo menos dos lecciones: que tenemos que confiar en Jehová y que debemos mantener una actitud vigilante.
 

Hablemos de la primera lección. Elías anhelaba ver cualquier evidencia de que Jehová iba a actuar, así que mandó a su ayudante a un lugar alto para buscar en el horizonte alguna señal de lluvia inminente. Cada vez que regresaba, su siervo le repetía sin entusiasmo: “No hay nada absolutamente”. El horizonte se veía claro, y el cielo, despejado. Pero ¿nota usted algo extraño en el relato? Recuerde lo que Elías le acababa de decir al rey: “Hay el sonido de la ruidosa agitación de un aguacero”. Pues bien, ¿cómo podía afirmar tal cosa cuando no se veía ni una sola nube?
 

Elías sabía lo que Jehová había prometido. Y como su profeta y representante, tenía la seguridad de que cumpliría su palabra. Tanta confianza tenía en él, que era como si ya escuchara el aguacero. Puede que esto nos recuerde lo que la Biblia dice de Moisés: “Continuó constante como si viera a Aquel que es invisible”. 

¿Es Dios así de real para usted? Él nos ha dado razones de sobra para tener esa clase de fe en él y en sus promesas (Hebreos 11:1, 27).
 

Ahora fíjese en la actitud vigilante de Elías. El profeta envió a su servidor, no una vez ni dos, sino siete veces. Podemos imaginarnos que el siervo se iría cansando de tanto ir y venir. Pero Elías siguió esperando con anhelo una señal sin darse por vencido. Por fin, después del séptimo viaje, el ayudante le informó: “¡Mira! Hay una nubecilla como la palma de la mano de un hombre, que viene ascendiendo del mar” (versículo 44). 

¿Se imagina al servidor con su brazo extendido, indicando con la mano el tamaño de la nubecilla que ascendía sobre el horizonte del mar Grande? Puede que el siervo no estuviera demasiado impresionado, pero para Elías aquella nube era importantísima. A continuación le dio a su ayudante instrucciones urgentes: “Sube, di a Acab: ‘¡Engancha el carro! ¡Y baja para que no te detenga el aguacero!’”.
 

De nuevo, Elías nos da un gran ejemplo. Nosotros también vivimos en una época en la que Dios pronto actuará para cumplir su propósito. Elías tuvo que esperar el fin de una sequía, y hoy los siervos de Dios esperamos el fin del corrupto sistema de cosas mundial (1 Juan 2:17). Hasta que llegue el momento en que Jehová intervenga, tenemos que permanecer vigilantes como Elías. A este respecto, Jesús, el Hijo de Dios, advirtió a sus seguidores: “Manténganse alerta, pues, porque no saben en qué día viene su Señor” (Mateo 24:42). ¿Quiso decir que sus discípulos no tendrían ninguna idea de cuándo vendría el fin? Pues no, porque él habló largo y tendido sobre cómo sería el mundo en sus últimos días. Además, a todos se nos brinda la oportunidad de aprender sobre los numerosos aspectos de la señal de “la conclusión del sistema de cosas” (Mateo 24:3-7).
 

Cada uno de los aspectos de esta señal nos suministra pruebas claras y convincentes. ¿Son suficientes estas pruebas para impulsarnos a actuar con urgencia? Bueno, una nubecilla en el horizonte fue suficiente para convencer a Elías de que Jehová estaba a punto de intervenir. ¿Quedaría decepcionado aquel fiel profeta?
 

Jehová alivia y bendice
 

El relato sigue diciendo: “Mientras tanto aconteció que los cielos mismos se oscurecieron con nubes y viento, y empezó a haber un gran aguacero. Y Acab siguió adelante montado en su carro, y se encaminó a Jezreel” (versículo 45). Los hechos se sucedieron con extraordinaria rapidez. Mientras el ayudante de Elías entregaba el mensaje del profeta a Acab, aquella pequeña nube se convirtió en muchas, cubriendo y oscureciendo el cielo, y un fuerte viento empezó a soplar. Después de tres años y medio, por fin llovió sobre el suelo de Israel. La reseca tierra absorbió el agua. A medida que la lluvia se convertía en un aguacero, el río Cisón crecía, limpiando la sangre de los profetas de Baal allí degollados. Y a los israelitas descarriados también se les brindó la oportunidad de limpiarse de la terrible mancha que la adoración de Baal había dejado sobre la nación.
 

De seguro, eso era lo que Elías esperaba que hicieran. ¿Se arrepentiría Acab y se apartaría de la contaminación del culto a Baal? Los sucesos de aquel día le habían dado razones de sobra para efectuar tales cambios. No podemos saber lo que pasaba por la cabeza de Acab en aquel momento, pues el relato solo indica que el rey “siguió adelante montado en su carro, y se encaminó a Jezreel”. ¿Había aprendido algo? 

¿Estaba decidido a cambiar su vida? Lo que ocurrió más tarde nos da a entender que no. Pero el día aún no había terminado para él... ni para Elías.
 

Acto seguido, el profeta de Jehová tomó el mismo camino que Acab. Por delante tenía un largo trayecto, bajo los negros nubarrones y la intensa lluvia; pero entonces, algo insólito ocurrió.
 

“La misma mano de Jehová resultó estar sobre Elías, de modo que él se ciñó las caderas y se fue corriendo delante de Acab todo el camino hasta Jezreel.” (Versículo 46.) Obviamente, la “mano de Jehová” estuvo sobre Elías de un modo sobrenatural. Jezreel se encontraba a unos 30 kilómetros (20 millas), y Elías no era precisamente un muchachito. Imagíneselo ciñéndose sus largas prendas, anudándolas a sus caderas para que sus piernas pudieran moverse con libertad, y entonces corriendo por aquel camino empapado por la lluvia, corriendo tan rápido que alcanzó, adelantó y dejó atrás el carro del rey.
 

¡Qué bendición para Elías! Debió ser una experiencia emocionante tener tanta fuerza, vitalidad y resistencia, tal vez hasta más que en su juventud. Sin duda, mientras corría por aquel camino mojado, Elías sabía que contaba con la aprobación de su Padre, el único Dios verdadero, Jehová. Lo que ocurrió quizás nos traiga a la memoria las profecías que aseguran que los siervos fieles de Dios disfrutarán de vigor y salud perfecta en el futuro Paraíso terrestre (Isaías 35:6; Lucas 23:43).
 

Dios anhela darles muchas bendiciones a sus siervos, y vale la pena que hagamos todo lo posible por obtenerlas. Al igual que Elías, debemos mantenernos vigilantes y dar la importancia debida a las pruebas contundentes de que Jehová va a actuar en estos tiempos tan peligrosos y apremiantes. Y como aquel fiel profeta, hacemos bien en cifrar toda nuestra confianza en las promesas de Jehová, “el Dios de la verdad” (Salmo 31:5).

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