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Monday, August 29, 2011

Necesitamos valor



 

 Dios nos ha concedido el honor inigualable de proclamar su Reino. Sin embargo, esta obra encierra muchos desafíos. Aunque algunas personas aceptan con gusto las buenas nuevas, la gran mayoría se parece a los contemporáneos de Noé, quienes, como dijo Jesús, “no hicieron caso hasta que vino el diluvio y los barrió a todos” (Mat. 24:38, 39). Algunos incluso se burlan de nosotros o se muestran hostiles (2 Ped. 3:3). La oposición pudiera venirnos de parte de autoridades, compañeros de estudios o trabajo y hasta de familiares. 

Por si fuera poco, tenemos que lidiar con nuestras propias debilidades, como la timidez y el miedo al rechazo. En efecto, existen muchos factores que nos dificultan realizar nuestro ministerio. ¿Cómo podemos conseguir las fuerzas que necesitamos para seguir hablando la palabra de Dios “con franqueza de expresión” y “con denuedo”? (Efe. 6:19, 20.)
 

 Antes que nada, tenemos que saber qué es el denuedo. El término griego correspondiente significaba en sus orígenes “libertad para decirlo todo”, “sinceridad” y “franqueza”, pero también quiere decir “confianza”, “intrepidez” y “valentía”. Ahora bien, lo valiente no quita lo cortés (Col. 4:6). Debemos ser decididos, pero también pacíficos (Rom. 12:18). 

Cuando predicamos las buenas nuevas del Reino, tenemos que equilibrar la valentía con el tacto, pues no deseamos ofender a nadie. Como vemos, el denuedo del cristiano debe ir acompañado de cualidades que no son fáciles de cultivar. Es una actitud que no depende de nuestro carácter ni de nuestra confianza en nosotros mismos. Pensemos en la ocasión en que el apóstol Pablo y sus compañeros fueron a predicar a los tesalonicenses. 

El apóstol dice: “Cobramos denuedo [...] para hablarles”. ¿Por qué necesitaron tal valentía? Porque habían “sido tratados insolentemente [...] en Filipos”. ¿Y cómo consiguieron el ánimo necesario? Pablo mismo da la respuesta: “Por medio de nuestro Dios” (léase 1 Tesalonicenses 2:2). Así es: Jehová puede borrar de nuestros corazones todo temor y darnos una seguridad parecida.
 

 Recordemos la ocasión en que el grupo de los “gobernantes y de los ancianos y de los escribas” se enfrentó a Pedro y Juan. Ambos apóstoles les respondieron: “Si es justo a vista de Dios escucharles a ustedes más bien que a Dios, júzguenlo ustedes mismos. Pero en cuanto a nosotros, no podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído”. 

Lejos de orar por el fin de la persecución, elevaron este ruego junto con otros cristianos: “Jehová, da atención a sus amenazas, y concede a tus esclavos que sigan hablando tu palabra con todo denuedo” (Hech. 4:5, 19, 20, 29).

¿Cómo respondió Jehová a su petición? (Léase Hechos 4:31.) Les infundió valentía dándoles su espíritu. Hoy también puede dárnoslo a nosotros. Pero ¿qué debemos hacer para recibirlo y contar con su guía en el ministerio?




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