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Thursday, September 29, 2011

Nunca oremos como los hipócritas




 La oración es un rasgo esencial de la adoración verdadera, de modo que debemos orar con constancia. Ahora bien, debemos recordar lo que Jesús enseñó sobre la oración en el Sermón del Monte. Entre otras cosas, dijo: “Cuando oren, no deben ser como los hipócritas; porque a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de los caminos anchos para ser vistos de los hombres. En verdad les digo: Ellos ya disfrutan de su galardón completo” (Mat. 6:5).

 Los discípulos de Jesús no debían orar como los fariseos. Estos hipócritas se creían más justos que los demás, pero sus muestras públicas de piedad no eran más que una farsa (Mat. 23:13-32). Por ejemplo, les encantaba orar “de pie en las sinagogas y en las esquinas de los caminos anchos”. ¿Y para qué lo hacían? “Para ser vistos” por los demás. Los judíos devotos del siglo primero tenían la costumbre de orar en grupo a la hora en que se realizaban las ofrendas quemadas en el templo (a eso de las nueve de la mañana y las tres de la tarde). Muchos habitantes de Jerusalén se juntaban en el templo para orar, y los de otros lugares solían orar dos veces al día de pie en las sinagogas locales (compárese con Lucas 18:11, 13).

 Puesto que la mayoría de la gente no se hallaba cerca del templo o de alguna sinagoga durante tales oraciones, muchos oraban dondequiera que estuvieran a esa hora. Pero había santurrones que se las ingeniaban para estar “en las esquinas de los caminos anchos” justo en esos momentos, de modo que la gente que pasaba por allí pudiera verlos. Además, buscaban pretextos para hacer “largas oraciones” y ganarse la admiración de los demás (Luc. 20:47). Esa no es la actitud que los cristianos debemos tener.

 Jesús dijo que esos hipócritas ya estaban recibiendo su “galardón completo”. Ellos querían el reconocimiento de la gente, y esa sería su única recompensa, pues Jehová no contestaría sus oraciones. En cambio, sí respondería las oraciones de los discípulos de Cristo, como vemos por lo que Jesús dijo a continuación.

 “Tú, sin embargo, cuando ores, entra en tu cuarto privado y, después de cerrar tu puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; entonces tu Padre que mira en secreto te lo pagará.” (Mat. 6:6.) La instrucción de Jesús de orar a solas en una habitación con la puerta cerrada no significa que no podamos orar en público. Más bien, su intención era explicar que no está bien orar para exhibirse o para buscar la admiración de los demás. Esto es algo que debemos recordar siempre que tengamos el honor de orar en público en representación de nuestros hermanos. Obedezcamos también la exhortación que pasó a dar Jesús.

 “Al orar, no digas las mismas cosas repetidas veces, así como la gente de las naciones, porque ellos se imaginan que por su uso de muchas palabras se harán oír.” (Mat. 6:7.) Jesús habla ahora de otro mal hábito: la repetición. Él no quiso decir que nunca pudiéramos repetir expresiones sinceras de agradecimiento o súplica, pues la noche antes de morir, él mismo oró vez tras vez en el jardín de Getsemaní “diciendo la misma palabra” (Mar. 14:32-39).

 Lo malo sería que imitáramos las oraciones repetitivas que hace “la gente de las naciones”, es decir, quienes no adoran a Jehová. Ellos recitan “repetidas veces” interminables frases aprendidas de memoria. Así lo hicieron en la antigüedad los adoradores de Baal, quienes invocaron en vano a ese dios falso “desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: ‘¡Oh Baal, respóndenos!’” (1 Rey. 18:26). Hoy día, millones de personas hacen oraciones repetitivas y recargadas, pensando que así “se harán oír”. Pero Jesús muestra que a Jehová no le agrada el “uso de muchas palabras” ni las oraciones largas y mecánicas. Veamos lo que Jesús sigue diciendo.

 “No se hagan semejantes a ellos, porque Dios su Padre sabe qué cosas necesitan ustedes hasta antes que se las pidan.” (Mat. 6:8.) Muchos líderes religiosos judíos imitaban las interminables oraciones de “la gente de las naciones”. Es cierto que las oraciones sinceras de agradecimiento, alabanza y súplica son parte esencial de la adoración verdadera (Fili. 4:6). Pero no estaría bien recitar lo mismo una y otra vez pensando que a Dios le hace falta escuchar muchas veces lo que necesitamos para no olvidarlo. Recordemos que estamos hablando con Aquel que “sabe qué cosas [necesitamos] hasta antes que se las [pidamos]”.

 Lo que Jesús dijo sobre el gran privilegio de la oración debe recordarnos que a Dios no lo impresionan las palabras vacías o rimbombantes. Algo que también debemos tener presente es que el objetivo de las oraciones públicas no es impresionar a quienes nos escuchan.


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