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Saturday, December 17, 2011

¿Es ser pobre una señal de la desaprobación de Dios?


 

JEHOVÁ Dios dijo a la nación de Israel: “Nadie debería llegar a ser pobre entre ti”. Para que ningún israelita se sumiera en la pobreza absoluta, Dios incluyó en la Ley ciertas disposiciones que protegían a los necesitados y regulaban la cancelación de las deudas (Deuteronomio 15:1-4, 7-10). Si obedecían su Ley, los bendeciría y nadie sería pobre. Pero los israelitas no cumplieron su parte del trato y, como consecuencia, muchos pasaron necesidad.
 

Claro, esto no quiere decir que las personas pobres sufren estrecheces porque no tienen la bendición divina. Y tampoco es cierto que Dios premia con riquezas a los que gozan de su favor. De hecho, muchos siervos fieles del pasado fueron hombres y mujeres de pocos recursos. El profeta Amós, por citar un caso, era un humilde pastor de ovejas y realizaba trabajos de temporada (Amós 1:1; 7:14). 

El profeta Elías, por su parte, sobrevivió a una hambruna en Israel gracias a que, de forma milagrosa, no se agotaron las escasas provisiones de harina y aceite que tenía una viuda pobre. Pese a que contaban con su aprobación, Jehová no los enriqueció, pero sí les proveyó lo que necesitaban (1 Reyes 17:8-16).
 

Son muchas las circunstancias imprevistas que pueden sumir a alguien en la pobreza. Tal vez un accidente o una enfermedad le impidan ganarse el sustento durante un tiempo o, peor aún, permanentemente. Una familia también puede verse en una situación económica apretada debido a la muerte del padre. Sin embargo, esto no significa que las personas que pasan por este tipo de adversidades no cuentan con la aprobación de Dios. 

Resulta muy consolador recordar el caso de Rut y Noemí, que refleja muy bien el interés de Jehová por los necesitados. Al morir sus respectivos esposos, ambas mujeres quedaron desamparadas. No obstante, Dios las bendijo y se encargó de satisfacer sus necesidades (Rut 1:1-6; 2:2-12; 4:13-17).
 

Es evidente, pues, que el hecho de que una persona sea pobre no significa que Dios la desapruebe. Quienes le son fieles pueden estar seguros de que se cumplirán estas palabras del rey David: “Un joven era yo, también he envejecido, y sin embargo no he visto a nadie justo dejado enteramente, ni a su prole buscando pan” (Salmo 37:25).




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