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Friday, April 6, 2012

¿Cómo podemos los seres humanos imperfectos seguir este mandato de Jesús: “Tienen que ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto”? (Mat. 5:48.)



 

La clave para contestar esta pregunta está en comprender la forma en que emplea la Biblia los términos “perfecto” y “perfección”. No todo lo que las Escrituras llaman “perfecto” lo es en sentido absoluto. 

El único que posee ese grado de perfección es Jehová. En cambio, las personas y los objetos solo pueden ser perfectos en sentido relativo. De hecho, los términos hebreos y griegos que se traducen “perfecto” a menudo se refieren simplemente a algo que se considera completo, maduro o sin defectos según el criterio establecido por una autoridad. Hoy día las personas acostumbran utilizar dicho término en sentido relativo, como cuando dicen que el clima es “perfecto”.
 

En un principio, Adán y Eva eran moral, espiritual y físicamente perfectos, pues satisfacían a plenitud el criterio establecido por su Creador. Pero al desobedecer dejaron de estar a la altura de la norma divina, por lo que perdieron la perfección, así como la capacidad de procrear hijos perfectos. Así fue como Adán nos transmitió el pecado, la imperfección y la muerte a todos sus descendientes (Rom. 5:12).
 

Ahora bien, al pronunciar el Sermón del Monte, Jesús dejó claro que los seres humanos imperfectos sí pueden ser perfectos en sentido relativo. En su discurso estableció los criterios que definen al amor perfecto o completo, un amor como el que Dios le tiene a la humanidad. Notemos sus palabras: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen; para que demuestren ser hijos de su Padre que está en los cielos, ya que él hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mat. 5:44, 45). Al demostrar su amor a ese grado, los discípulos de Jesús imitan el ejemplo perfecto de Dios.
 


 

“Si aman a los que los aman, ¿qué galardón tienen? —preguntó Jesús—. ¿No hacen también la misma cosa los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué cosa extraordinaria hacen? 

¿No hace la misma cosa también la gente de las naciones?” (Mat. 5:46, 47.) Los cristianos verdaderos no favorecen a las personas más cultas o a las de cierta raza. Tampoco tratan con amor solo a quienes pueden corresponderles. Más bien, ayudan a los pobres, a los enfermos, a los niños y a los ancianos. De ese modo imitan el amor de Jehová y logran ser perfectos en sentido relativo.
 

¿Recuperaremos algún día la perfección que perdió Adán? Sí. Todas las personas obedientes que pongan fe en el sacrificio redentor de Jesús llegarán a ser perfectas durante el Milenio, cuando el Hijo de Dios tome medidas para “desbaratar las obras del Diablo” (1 Juan 3:8).


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