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Thursday, May 17, 2012

La mayor muestra de amor



 

 Aunque Jehová ha demostrado su amor de múltiples maneras, hay una que se destaca sobre las demás. ¿A cuál nos referimos? Al hecho de que enviara a su Hijo a sufrir y morir por nosotros. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se trata de la mayor muestra de amor de toda la historia. ¿Qué nos da tanta seguridad?
 

 La Biblia llama a Jesús “el primogénito de toda la creación” (Colosenses 1:15). Pensémoslo detenidamente: el Hijo de Jehová existió antes que el universo físico. Entonces, ¿cuánto tiempo estuvieron juntos Padre e Hijo? Según cálculos científicos, la edad del cosmos asciende a trece mil millones de años. Sin embargo, incluso si esta cifra fuera correcta, no bastaría para abarcar la existencia del Hijo primogénito de Jehová. ¿Qué hizo Jesús durante tantos millones de años? Servir gustoso a su Padre en calidad de “obrero maestro” (Proverbios 8:30; Juan 1:3). Jehová y su Hijo trabajaron juntos para formarlo todo, disfrutando de momentos llenos de dicha y emoción. ¿Quién de nosotros, entonces, puede hacerse una mínima idea de la fuerza de un vínculo que ha existido por un período tan inmenso? Es patente que los unen los lazos afectivos más firmes que pueda haber.
 

 Con todo, Dios envió a la Tierra a su Hijo para que naciera como humano, lo que implicó tener que privarse por algunas décadas de la estrecha relación con él en el cielo. Desde allí lo observó con gran interés durante todo su crecimiento hasta que llegó a ser un hombre perfecto. Cuando se bautizó, tenía unos 30 años, y el Padre habló personalmente en aquella ocasión desde las alturas y dijo: “Este es mi Hijo, el amado, a quien he aprobado” (Mateo 3:17). En vista de que Jesús cumplió fielmente todas las profecías y todo lo que se le había pedido, su Padre tuvo que sentirse muy complacido (Juan 5:36; 17:4).
 

 Ahora bien, ¿cómo se sintió Jehová el día 14 de Nisán del año 33 E.C. al ver que Jesús era traicionado, que era arrestado por una turba furiosa, que recibía burlas, que le escupían y le daban puñetazos, que lo flagelaban hasta dejarle la espalda hecha jirones, y que lo clavaban de pies y manos en un poste donde sufrió terribles humillaciones públicas? Sí, ¿qué sentimientos le causó que su Hijo amado clamara a él en su agonía, exhalara su último suspiro y, por vez primera desde el principio de la creación, dejara de existir? (Mateo 26:14-16, 46, 47, 56, 59, 67; 27:26, 38-44, 46; Juan 19:1.)
 

 El dolor que la muerte de su Hijo debió causarle a Jehová, quien tiene profundos sentimientos, nos resulta imposible de expresar. Lo que sí podemos saber es por qué permitió Jehová que ocurriera, por qué estuvo dispuesto a aguantar tal sufrimiento. El Creador nos revela algo maravilloso en Juan 3:16, un versículo tan importante que ha sido llamado el Evangelio en miniatura: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna”. Los motivos de Jehová se resumen en una sola palabra: amor. Nadie jamás ha demostrado un amor tan grande.




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