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Monday, December 3, 2012

¿Qué reflejan nuestras palabras?



 

 ¿Cómo saber lo que almacenamos en el corazón? Jesús dijo: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón produce lo bueno; pero el hombre inicuo produce lo que es inicuo de su tesoro inicuo; porque de la abundancia del corazón habla su boca” (Lucas 6:45). Nuestras conversaciones son un buen indicativo de lo que tenemos en el corazón. ¿Giran con frecuencia en torno a cosas materiales y logros seglares, o se centran más bien en asuntos espirituales y objetivos teocráticos? En vez de publicar los errores ajenos, ¿tendemos a cubrirlos con amor? (Proverbios 10:11, 12.) ¿Solemos hablar mucho de la gente y de su vida, pero poco de asuntos morales y espirituales? ¿No será que nos interesa demasiado la vida de los demás? (1 Pedro 4:15.)
 

 Analicemos lo que ocurrió en el seno de una gran familia. Los diez hijos mayores de Jacob “no podían hablarle pacíficamente” a José, su hermano menor, pues tenían celos de él porque era el predilecto de su padre. Tiempo después hallaron “más razón para odiarlo” cuando José recibió sueños de parte de Jehová que demostraban que contaba con su favor (Génesis 37:4, 5, 11). En un acto de crueldad, lo vendieron como esclavo. Luego, tratando de encubrir la mala acción, engañaron a su padre haciéndole pensar que un animal salvaje le había dado muerte. Ninguno de los diez salvaguardó su corazón aquella vez. Si tendemos a criticar, ¿será indicio de que albergamos envidia o celos en el corazón? Tenemos que examinar con cuidado lo que sale de nuestra boca y ser prestos en desarraigar inclinaciones indebidas.
 

 Aunque “es imposible que Dios mienta”, los seres humanos imperfectos somos propensos a la mentira (Hebreos 6:18). “Todo hombre es mentiroso”, se lamentó el salmista (Salmo 116:11). Hasta el apóstol Pedro mintió al negar a Jesús tres veces (Mateo 26:69-75). Jehová odia “una lengua falsa”; por tanto, queda claro que debemos esforzarnos por no mentir (Proverbios 6:16-19). Si alguna vez sucumbiéramos a la tentación de decir una mentira, sería sensato que analizáramos el porqué. ¿Nos movió el temor al hombre? ¿Fue por miedo al castigo? ¿Lo hicimos por guardar las apariencias o por puro egoísmo? Cualquiera que sea la causa, lo propio es que reflexionemos en el asunto, admitamos humildes nuestro error, y roguemos a Jehová que nos perdone y ayude a superar esta debilidad. “Los ancianos de la congregación” quizá sean los más capacitados para prestarnos tal ayuda (Santiago 5:14).
 

 Jehová respondió así a la petición de sabiduría y conocimiento del joven rey Salomón: “Por motivo de que esto ha resultado estar junto a tu corazón, y no has pedido riquezas, posesiones materiales, ni honra, [...] la sabiduría y el conocimiento te son dados; también riquezas y posesiones materiales y honra te daré” (2 Crónicas 1:11, 12). Tanto por lo que solicitó como por lo que no, Jehová supo lo que ansiaba el corazón de Salomón. ¿Qué revelan las oraciones que hacemos a Dios? ¿Reflejan que anhelamos conocimiento, sabiduría y discernimiento? (Proverbios 2:1-6; Mateo 5:3.) ¿Ocupan los intereses del Reino un lugar importante en nuestro corazón? (Mateo 6:9, 10.) Si nuestras oraciones se han hecho mecánicas y superficiales, tal vez sea señal de que tenemos que meditar en las obras de Jehová (Salmo 103:2). Todos los cristianos debemos estar atentos a lo que revelan nuestras oraciones.

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