En Escocia, un cordero que pastaba en un prado junto al rebaño se fue hasta la ladera de una loma y se cayó en un saliente. No quedó herido, pero estaba asustado y era incapaz de subir, por lo que empezó a balar lastimeramente. Su madre lo oyó y también se puso a balar, hasta que el pastor llegó y rescató al cordero.
Fijémonos en la secuencia de los sucesos. El cordero baló para pedir ayuda, su madre se unió a él y el pastor, alertado, entró en acción para salvarlo. Si una cría y su madre sienten el peligro y piden ayuda de inmediato, ¿no deberíamos hacer lo mismo nosotros cuando tropezamos en sentido espiritual o afrontamos peligros inesperados del mundo de Satanás? (Santiago 5:14, 15; 1 Pedro 5:8.)
Así tendría que ser, sobre todo si carecemos de experiencia, bien por nuestra edad, bien porque somos relativamente nuevos en la verdad. Tanto en circunstancias normales como en momentos difíciles, los ancianos o nuestros padres pueden animarnos a andar en la senda de la verdad, pero, en última instancia, la responsabilidad de que perseveremos en nuestro modo de vida cristiano recae sobre cada uno de nosotros.
Deberíamos tener este hecho presente si queremos cuidar constantemente nuestra espiritualidad.
“Mantengan su juicio, sean vigilantes. Su adversario, el Diablo, anda en derredor como león rugiente, procurando devorar a alguien” (1Pedro 5:8)
No comments:
Post a Comment