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Thursday, May 5, 2011

¿Acaba todo con la muerte?


 

ES PROBABLE que no exista un enigma más desconcertante y persistente que este: ¿qué sucede después de la muerte? Durante milenios, mentes brillantes de todas las civilizaciones se lo han planteado. Sin embargo, la filosofía humana y la investigación científica solo han producido una maraña de teorías y mitos.
 

¿Aclaran el asunto las Sagradas Escrituras? Algunas personas tal vez piensen que las enseñanzas bíblicas sobre la muerte y el más allá son igualmente confusas. Pero, siendo fieles a la verdad, la culpa de la confusión la tiene la multitud de religiones que han ensuciado con mentiras y leyendas las aguas puras de la doctrina bíblica. Si dejamos a un lado las tradiciones y los mitos y nos ceñimos estrictamente a lo que dice la Biblia, descubriremos una enseñanza lógica y esperanzadora.
 

Antes de que usted fuera usted
 

Tomemos, a título de ejemplo, los dos pasajes del rey Salomón citados en el artículo anterior, donde se deja claro que los muertos —sean humanos o animales— no están conscientes de nada. Eso quiere decir que, según la Biblia, en el sepulcro no hay trabajo ni sentimientos ni emociones ni pensamientos (Eclesiastés 9:5, 6, 10).
 

¿Le cuesta creerlo? Piense por un instante: ¿en qué estado se halla una persona antes de llegar a vivir? 

¿Dónde estábamos antes de que las microscópicas células de nuestros padres se unieran y nos dieran el ser? 

Si el hombre posee una entidad invisible que sobrevive a la muerte del cuerpo, ¿dónde se aloja dicha entidad antes de la concepción? La verdad es esta: no hay una vida anterior que recordar; antes de que nuestros padres nos engendraran, no existíamos. Es así de simple.
 

La conclusión lógica es que cuando morimos, volvemos al mismo estado de inconciencia en el que nos hallábamos antes de vivir. Es tal como Dios le dijo a Adán después de que él le desobedeció: “Porque polvo eres y a polvo volverás” (Génesis 3:19). En este sentido no hay distinción entre los humanos y los animales. 

Como indica la Biblia, en lo que toca a la muerte, “no hay superioridad del hombre sobre la bestia” (Eclesiastés 3:19, 20).
 

¿Significa esto que nuestra vida se limita a unas cuantas décadas, seguidas de una eterna inexistencia? ¿O hay alguna esperanza para los que han fallecido? Veamos.
 

El deseo innato de vivir
 

A casi todo el mundo le resulta desagradable el tema de la muerte. La mayoría evita especialmente hablar de la suya propia; ni siquiera quieren pensar en ella. Aun así, las películas en el cine y la televisión nos saturan con escenas de personas que mueren de toda forma imaginable, y los medios informativos nos bombardean con imágenes e historias de muertes reales.
 

Como consecuencia, la muerte de desconocidos puede llegar a parecernos como parte normal de la vida; pero cuando se trata de la de un ser querido o de la nuestra, ya no tiene nada de normal. ¿Por qué? Porque el deseo natural de vivir está profundamente arraigado en los seres humanos; además, poseemos conciencia del tiempo y podemos concebir la eternidad. El rey Salomón escribió que Dios “puso en el corazón de [los hombres] la idea de la eternidad” (Eclesiastés 3:11, Katznelson). Es por eso que en circunstancias normales, anhelamos vivir indefinidamente. Deseamos una vida sin fecha de caducidad. En cambio, no hay indicación alguna de que los animales abriguen ese anhelo. Ellos viven sin conciencia del futuro.
 

El enorme potencial humano
 

El hombre no solo desea una vida infinitamente duradera, sino que cuenta con el potencial para mantenerse ocupado y ser productivo por la eternidad. Su capacidad de aprendizaje parece no tener límites. Se ha dicho que nada en la naturaleza se asemeja al cerebro humano en cuanto a complejidad y capacidad de adaptación. 

En contraposición con los animales, el hombre posee una mente capaz de crear, de razonar y de comprender conceptos abstractos. Los científicos apenas han arañado la superficie en su intento de entender el gran potencial del cerebro humano.
 

Mucho de este potencial se mantiene intacto con la edad. Los neurocientíficos han descubierto recientemente que el proceso de envejecimiento no afecta a la mayor parte de las funciones cerebrales. Un equipo de investigadores del Franklin Institute’s Center for Innovation in Science Learning explica: “El cerebro humano es capaz de adaptarse y renovar sus circuitos continuamente. Aun durante la vejez puede seguir generando nuevas neuronas. El deterioro mental grave suele deberse a las enfermedades, en tanto que la pérdida de memoria o de las habilidades motoras relacionada con la edad se debe sencillamente al sedentarismo y a la falta de estímulo y ejercicio mentales”.
 

En otras palabras, si pudiéramos mantener el cerebro sano y estimulado intelectualmente, este podría seguir funcionando de manera perpetua. En opinión del biólogo molecular James Watson, uno de los descubridores de la estructura del ADN, “el cerebro es lo más complejo que se ha descubierto hasta la fecha en el universo”. Un libro del neurocientífico Gerald Edelman explica que en “un trozo de cerebro del tamaño de una cabeza de fósforo existen alrededor de mil millones de conexiones, y el número de posibles combinaciones entre ellas es hiperastronómico: del orden de diez seguido de millones de ceros”.
 

¿Le parece lógico que estando el hombre dotado de semejante potencial, solo viva unas pocas décadas? 

Sería un absurdo tan grande como utilizar una potente locomotora con muchos vagones para transportar un grano de arena en un trayecto de unos cuantos centímetros. ¿Por qué, entonces, tiene el hombre una capacidad tan extraordinaria para el pensamiento creativo y para el aprendizaje? ¿Será que, a diferencia de los animales, no fue hecho para morir, sino para vivir eternamente?
 

La esperanza que da el Dios de la vida
 

El hecho de que tengamos el deseo innato de vivir y una inmensa capacidad de aprendizaje nos lleva a una conclusión lógica: fuimos hechos para vivir mucho más que setenta u ochenta años. Esto a su vez abre paso a otra conclusión: debe haber un Diseñador, un Creador, un Dios. La creencia en un Creador se ve plenamente confirmada por las inmutables leyes del universo físico y la insondable complejidad de la vida en la Tierra.
Ahora bien, si fuimos creados con la capacidad de vivir para siempre, ¿por qué morimos? ¿Qué sucede después de la muerte? ¿Les devolverá Dios la vida a los muertos? Sería de esperar que si Dios es poderoso y sabio, aclarara estos interrogantes, y así lo ha hecho. Veamos lo que nos dice la Biblia.
 

▪ La muerte no formaba parte del propósito original de Dios para la humanidad. La primera mención bíblica de la muerte indica que eso no era lo que Dios quería para la humanidad. La narración de Génesis sobre la primera pareja humana explica que Dios les puso una prueba sencilla a fin de que manifestaran su amor y fidelidad: les prohibió comer de un árbol en concreto. “El día que comas de él, positivamente morirás”, advirtió Dios (Génesis 2:17). Adán y Eva solo morirían si se rebelaban y no pasaban la prueba. La Biblia menciona que fueron infieles a Dios, y por eso murieron. De esta forma se introdujeron la imperfección y la muerte en la familia humana.
 

▪ La Biblia asemeja la muerte al sueño. Habla de ‘dormir en la muerte’ (Salmo 13:3). Antes de resucitar a su amigo Lázaro, Jesús dijo a sus apóstoles: “Nuestro amigo Lázaro está descansando, pero yo me voy allá para despertarlo del sueño”. Y así lo hizo. La Biblia cuenta que cuando él lo llamó, “el hombre que había estado muerto [es decir, Lázaro] salió” de “la tumba conmemorativa” completamente vivo (Juan 11:11, 38-44).
 

¿Por qué habló Jesús de la muerte como si fuera un sueño? Porque la persona que duerme se encuentra en un estado de inactividad. Quien se sume en un sueño profundo no tiene conciencia del mundo que lo rodea ni del paso del tiempo; no experimenta dolor ni sufrimiento. Del mismo modo, en la muerte no hay actividad ni conciencia. Pero la comparación llega mucho más lejos: el que duerme espera despertar. Y esa es precisamente la esperanza que brinda la Biblia para los difuntos.
 

El Creador mismo promete: “De la mano del Seol [el sepulcro común] los redimiré; de la muerte los recobraré. ¿Dónde están tus aguijones, oh Muerte? ¿Dónde está tu poder destructor, oh Seol?” (Oseas 13:14). Otra profecía bíblica dice que Dios “realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro” (Isaías 25:8). Al proceso de devolver la vida a los muertos se le llama resurrección.
 

▪ ¿Dónde vivirán los resucitados? Como ya vimos, la humanidad tiene el deseo natural de vivir indefinidamente. ¿Dónde le gustaría a usted vivir para siempre? Algunas religiones enseñan que los muertos siguen viviendo como parte de una fuerza de vida universal abstracta. ¿Le convence esa idea? ¿O desearía prolongar su existencia en una persona diferente, sin recuerdo alguno de su vida anterior? ¿Y qué tal volver a la vida como un animal o un árbol? ¿Le atrae dicha perspectiva? Si pudiera elegir, ¿viviría en un mundo donde no haya nada de todo aquello a lo que como humano está acostumbrado y que le produce placer?
 

En condiciones ideales, ¿no le gustaría vivir en una Tierra paradisíaca? Esa es justamente la esperanza que ofrece la Biblia, sí, vida eterna aquí en la Tierra. Para eso creó Dios este planeta, para que lo habitaran felices por la eternidad quienes lo amaran y le sirvieran. De ahí que la Biblia diga: “Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29; Isaías 45:18; 65:21-24).
 

▪ ¿Cuándo acontecerá la resurrección? El hecho de que la muerte se compare al sueño indica que, en términos generales, la resurrección no ocurre inmediatamente después de la muerte. Entre el momento de la muerte y el día de la resurrección media un período de “sueño”. Job preguntó: “Si un hombre físicamente capacitado muere, ¿puede volver a vivir?”. A lo que respondió: “Esperaré [en el sepulcro], hasta que llegue mi relevo. [Dios llamará], y yo mismo [le] responderé” (Job 14:14, 15). ¡Cuánta alegría habrá cuando llegue el tiempo en que los muertos se reencuentren con sus seres amados!
 

No hay por qué tenerle un temor irracional
 

Por supuesto, la esperanza que da la Biblia no elimina necesariamente todo temor a la muerte. Es natural sentir inquietud ante el dolor y el sufrimiento que a veces preceden a la muerte; además, es comprensible que uno tema la pérdida de un ser querido, y también que nos preocupen las tristes consecuencias que la muerte propia pueda traer a las personas que amamos.
 

No obstante, al revelarnos la verdad sobre el estado de los muertos, la Biblia disipa el temor irracional ante la muerte. No hay razón para temer que los demonios nos atormenten en un infierno de fuego, ni para temer a un reino sombrío y fantasmal donde las almas vaguen sin descanso, ni para temer que lo único que el futuro nos reserve sea la inexistencia eterna. 

¿Por qué? Porque la memoria de Dios es infinita, y él promete devolver la vida aquí en la Tierra a todos los muertos que se hallen en su memoria. La Biblia nos garantiza esta promesa al decir: “El Dios verdadero es para nosotros un Dios de hechos salvadores; y a Jehová el Señor Soberano pertenecen los caminos de salir de la muerte” (Salmo 68:20).

“Porque polvo eres y a polvo volverás.” (Génesis 3:19)

Dios “puso en el corazón de [los hombres] la idea de la eternidad.” (Eclesiastés 3:11, Katznelson)

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