El punto de vista bíblico
LA ACTIVIDAD humana está alterando la salud del planeta como nunca en la historia. Cuanto más amenazadores se vuelven los problemas como el calentamiento global, mayores son los esfuerzos de los científicos, gobiernos y grupos industriales por hallar una solución.
¿Es la protección del medio ambiente un deber individual? Si lo es, ¿hasta qué punto? La Biblia nos da razones de peso para actuar en favor de la Tierra, al tiempo que nos enseña a ser equilibrados.
Apoyemos el propósito de nuestro Creador
Jehová Dios hizo la Tierra para que fuera el hogar ajardinado de la humanidad. Al ver su obra, la calificó de ‘muy buena’ y le encomendó al hombre que ‘la cultivara y la cuidara’ (Génesis 1:28, 31; 2:15). ¿Qué siente
Dios al contemplar su estado actual? Es obvio que está sumamente ofendido por la mala administración de los hombres, pues Revelación (Apocalipsis) 11:18 predice que “causar[á] la ruina de los que están arruinando la tierra”. Por lo tanto, no debemos ser indiferentes a la precaria situación del planeta.
La Biblia asegura que Dios borrará todo vestigio del daño causado por los humanos cuando ‘haga nuevas todas las cosas’ (Revelación 21:5). Ahora bien, no debemos concluir que, como con el tiempo Dios va a solucionar los problemas de la Tierra, nuestras acciones no importan. Sí importan, y mucho. ¿Cómo demostramos que compartimos el punto de vista de Dios sobre nuestro planeta y que apoyamos su propósito de convertirlo en un paraíso?
Contribuyamos a la limpieza de la Tierra
Las actividades normales del hombre generan cierto grado de residuos; por tal razón, Jehová implantó con sabiduría ciclos naturales que se encargan de procesarlos, manteniendo así limpios el aire, el agua y el suelo (Proverbios 3:19). Nuestros actos deben armonizar con tales procesos. Procuremos, pues, no contribuir innecesariamente a la crisis medioambiental; de esta forma demostramos que amamos al prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:31). Consideremos un ejemplo interesante de tiempos bíblicos.
Dios ordenó a los israelitas que enterraran los excrementos humanos “fuera del campamento” (Deuteronomio 23:12, 13). Esta medida mantenía el lugar en condiciones higiénicas y aceleraba el proceso de descomposición. De manera similar, los verdaderos cristianos hoy procuran deshacerse de la basura y otros desperdicios de forma rápida y adecuada. Además, tienen en cuenta que la eliminación de residuos tóxicos requiere un cuidado especial.
Muchos productos de desecho son reutilizables. Obedecer las leyes locales sobre reciclado es una forma de dar “a César las cosas de César” (Mateo 22:21). Aunque reciclar supone un esfuerzo extra, pone de manifiesto nuestro deseo de tener una Tierra limpia.
Conservemos los recursos naturales
A fin de satisfacer nuestras necesidades básicas de alimentación, vivienda y combustible, es preciso consumir ciertos recursos naturales. El uso que demos a estos evidenciará si los consideramos o no un regalo de Dios.
Cuando los israelitas expresaron el deseo de comer carne en el desierto, Jehová les proporcionó codornices en abundancia. Sin embargo, el pueblo se dejó llevar de la avidez y abusó egoístamente de esta dádiva, lo que encendió el furor de Jehová (Números 11:31-33). Él no ha cambiado desde entonces. En consecuencia, los cristianos responsables evitan el derroche innecesario, que puede ser un signo de avidez.
Quizás algunos se sientan con derecho a consumir ilimitadamente la energía u otros recursos. Pero los recursos naturales no se deben derrochar solo porque uno pueda permitírselo o porque estén presentes en grandes cantidades. Cuando Jesús obró el milagro de alimentar a una gran multitud, mandó que se recogieran los panes y los peces que habían sobrado (Juan 6:12). No permitió que se desperdiciara nada de lo que su Padre había proporcionado.
Seamos equilibrados
A diario tomamos decisiones que afectan al medio ambiente. Ahora bien, ¿tenemos que llegar al extremo de separarnos de la sociedad para evitar cualquier impacto negativo en la Tierra? En ninguna parte recomienda la Biblia tal proceder. Pensemos en Jesús. Cuando él vivió aquí, llevó una vida normal, lo que le permitió cumplir la misión que Dios le había dado de predicar (Lucas 4:43). Asimismo, se negó a mezclarse en la política a fin de acabar con los problemas sociales de la época. Dijo claramente: “Mi reino no es parte de este mundo” (Juan 18:36).
Con todo, conviene pensar en el impacto que tiene en el medio ambiente nuestra elección en campos como las compras domésticas, el transporte y la diversión. Algunas personas, por ejemplo, compran artículos cuya elaboración o funcionamiento causan muy poco daño al ambiente. Otras limitan al máximo su participación en actividades que contaminan o que consumen indebidamente los recursos naturales.
Nadie, sin embargo, debe imponer a otros sus decisiones en esta materia, pues las circunstancias varían según el lugar y las personas. Cada cual responderá de sus actos. Como dice la Biblia, “cada uno llevará su propia carga de responsabilidad” (Gálatas 6:5).
El Creador encomendó a los humanos la tarea de cuidar la Tierra. La gratitud por esta asignación, la humildad y el respeto que sentimos por Dios y sus obras creativas deben motivarnos a tratarla con la mayor consideración posible.
¿SE HA PREGUNTADO...
▪ ... si intervendrá Dios para resolver los problemas ambientales? (Revelación 11:18.)
▪ ... qué responsabilidad confió Dios a los seres humanos con respecto a la Tierra? (Génesis 1:28; 2:15.)
▪ ... cómo ejemplificó Jesús que debemos evitar el derroche? (Juan 6:12.)
No comments:
Post a Comment