Examining the Bible Scriptures Daily, Such instructions gave Jesus ‘the tongue of the taught ones’ so that he would ‘know how to answer the tired one with a word.’ (Isa. 30:20; 50:4; Matt. 11:28-30) Being awakened to timely counsel from the Word of God each morning will not only help you to cope with your own problems but also equip you with ‘the tongue of the taught ones’ to help others.”
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Tuesday, May 24, 2011
¿Vemos a Jehová como nuestro Padre?
EN CIERTA ocasión, un discípulo del Gran Maestro le hizo esta petición: “Señor, enséñanos a orar”. Él le respondió: “Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre’” (Luc. 11:1, 2). Jesús pudo haberse referido a Jehová con títulos tan sublimes como “Todopoderoso”, “Magnífico Instructor”, “Creador”, “Anciano de Días” y “Rey de la eternidad” (Gén. 49:25; Isa. 30:20; 40:28; Dan. 7:9; 1 Tim. 1:17). Sin embargo, optó por llamarlo “Padre”. ¿Por qué? Tal vez porque desea que nos acerquemos al Ser más grandioso del universo con la misma actitud con la que se acerca un humilde niño a su querido papá.
No obstante, hay personas a quienes les cuesta ver a Dios como Padre. Una cristiana llamada Atsuko admitió que ese fue su caso: “Aunque ya estaba bautizada, por años se me hizo difícil acercarme a Jehová y dirigirme a él como mi Padre”. Y luego señaló un motivo por el que se sentía distanciada: “No recuerdo ni una sola ocasión en la que mi padre biológico me tratara con cariño”.
En estos últimos días tan críticos, muchos hombres no demuestran el “cariño natural” que anhelan sus hijos (2 Tim. 3:1, 3). Por eso, no es de extrañar que tanta gente se sienta como Atsuko. Sin embargo, es alentador saber que tenemos sobradas razones para ver a Jehová como a un Padre que nos ama.
Jehová cubre todas nuestras necesidades
Para ver a Jehová como Padre, primero es necesario saber cómo es él. Pero ¿de qué manera podemos conseguirlo? Jesús dio la respuesta: “Nadie conoce plenamente al Hijo sino el Padre, ni conoce nadie plenamente al Padre sino el Hijo, y cualquiera a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mat. 11:27). En efecto, no hay mejor forma de descubrir cómo es nuestro Padre celestial que meditando en lo que Cristo enseñó sobre él. Pues bien, ¿qué cosas nos reveló?
Primeramente, reconoció que Dios era el Origen de su existencia con estas palabras: “Yo vivo a causa del Padre” (Juan 6:57). Y lo mismo cabe decir de nosotros (Sal. 36:9; Hech. 17:28). ¿Por qué nos dio Jehová la vida? Por amor. Sin duda, deberíamos corresponderle con el mismo sentimiento.
La mayor muestra de amor por la humanidad la hizo al entregar a su querido Hijo como sacrificio para rescatarnos. Así, aunque somos pecadores, podemos gozar de su amistad (Rom. 5:12; 1 Juan 4:9, 10). Además, como nuestro Padre celestial siempre cumple sus promesas, tenemos la certeza de que todos los que lo amamos y obedecemos disfrutaremos en el futuro de “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8:21).
Otra prueba del amor de Jehová es que cada día “hace salir su sol sobre [todos]” (Mat. 5:45). Difícilmente se nos ocurre orar para que salga el Sol. Pero ¡qué necesarios y agradables son sus rayos! Nuestro Padre celestial cubre con generosidad incomparable todas nuestras necesidades, y de hecho sabe cuáles son antes de que se las demos a conocer. ¿No es cierto que deberíamos observar detenidamente la creación y meditar en la forma tan amorosa como la cuida? (Mat. 6:8, 26.)
Nuestro Padre vela por nosotros
Mediante el profeta Isaías, Dios hizo esta promesa a su pueblo de la antigüedad: “Aunque se aparten los montes y vacilen las colinas, mi amor no se apartará de ti, ni vacilará mi alianza de paz, dice el que te ama entrañablemente, el Señor” (Isa. 54:10, Sagrada Biblia, Universidad de Navarra, nota). Jesús recalcó el tierno cuidado de Dios en una oración que le dirigió durante la última noche de su vida humana. Hizo este ruego a favor de sus discípulos: “Ellos están en el mundo y yo voy a ti. Padre santo, vigílalos por causa de tu propio nombre” (Juan 17:11, 14). En respuesta a esta súplica, Jehová ha velado por los cristianos y los ha protegido.
Uno de los medios que usa para librarnos de los ataques de Satanás es el oportuno alimento espiritual que sirve mediante “el esclavo fiel y discreto” (Mat. 24:45). Si lo consumimos regularmente, nos será más fácil vestirnos con “la armadura completa que proviene de Dios”. Fijémonos tan solo en una de sus piezas: “el escudo grande de la fe, con el cual pod[emos] apagar todos los proyectiles encendidos del inicuo” (Efe. 6:11, 16). Ciertamente, la fe nos salvaguarda contra los peligros espirituales y es un testimonio del poder protector de nuestro Padre.
Comprenderemos aún mejor el entrañable amor de nuestro Padre celestial si reflexionamos en la manera como actuó Cristo durante su vida en la Tierra. En Marcos 10:13-16 vemos a Jesús diciendo a sus discípulos: “Dejen que los niñitos vengan a mí”. Y cuando aquellos pequeños se juntan en torno a él, los bendice y los abraza tiernamente. ¡Qué contentos tuvieron que ponerse! Jehová tiene la misma actitud que su Hijo. También espera a la gente con los brazos abiertos. ¿Cómo lo sabemos? Porque Jesús dijo: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre también” (Juan 14:9).
Jehová es un inagotable manantial de amor. Cubre nuestras necesidades a la perfección, nos protege como nadie y anhela que nos acerquemos a él (Sant. 4:8). ¡No podría haber un padre mejor!
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