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Monday, January 23, 2012

Nuestra actitud hacia la autoridad


 

 La actitud de los cristianos hacia la autoridad es distinta de la del mundo. Pero eso no significa que obedezcamos ciegamente todo lo que se nos pide. Hay ocasiones en las que no podemos someternos a la voluntad de quienes tienen autoridad sobre nosotros. Así ocurrió con los cristianos del siglo primero. Por ejemplo, cuando el sumo sacerdote y otros miembros del Sanedrín ordenaron a los apóstoles que dejaran de predicar, estos no los obedecieron. Para ellos era más importante complacer a Dios que a las autoridades humanas (léase Hechos 5:27-29).
 

 Muchos siervos de Dios de la era precristiana actuaron con igual resolución. Moisés “rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios”, a pesar de que eso le atrajo “la cólera del rey” (Heb. 11:24, 25, 27). José rechazó las proposiciones de la esposa de Potifar, aun sabiendo que esta podía tomar represalias contra él (Gén. 39:7-9). Y Daniel “se resolvió en su corazón a no contaminarse con los manjares exquisitos del rey”, aunque al oficial principal de la corte babilónica le costara trabajo aceptar su posición (Dan. 1:8-14). Estos casos nos muestran que en el pasado hubo siervos de Dios que adoptaron una postura firme a favor de lo que es recto, sin importar cuáles fueran las consecuencias. Ellos no cedieron ante otros seres humanos para ganarse su favor, y nosotros tampoco debemos hacerlo.
 

 Ahora bien, los siervos de Dios no adoptamos esta valerosa postura por terquedad. Tampoco es porque queramos rebelarnos contra el sistema político, como la gente del mundo. La adoptamos porque estamos decididos a someternos a la autoridad de Jehová antes que a la de cualquier ser humano. Cuando la ley humana se opone a la divina, tenemos claro lo que debemos hacer. Tal como los apóstoles, obedecemos a Dios más bien que a los hombres.
 

 ¿Qué nos ayuda a someternos a la autoridad divina? Seguir la exhortación de Proverbios 3:5, 6: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo hará derechas tus sendas”. Estamos seguros de que todo lo que Dios nos pide será, tarde o temprano, para nuestro bien (léase Deuteronomio 10:12, 13). Jehová mismo le dijo al pueblo de Israel: “Yo [soy] Aquel que te enseña para que te beneficies a ti mismo, Aquel que te hace pisar en el camino en que debes andar”. Y añadió: “¡Oh, si realmente prestaras atención a mis mandamientos! Entonces tu paz llegaría a ser justamente como un río, y tu justicia como las olas del mar” (Isa. 48:17, 18). Los cristianos confiamos en esas palabras. Estamos convencidos de que lo mejor para nosotros es obedecer siempre los mandatos divinos.
 

 Los cristianos aceptamos la autoridad de nuestro Dios y lo obedecemos aun cuando no entendemos del todo por qué nos pide algo en su Palabra. Esa actitud no revela credulidad, sino confianza; revela que confiamos plenamente en que él sabe lo que más nos conviene. Por otra parte, al obedecerle demostramos que lo amamos, pues el apóstol Juan escribió: “Esto es lo que el amor de Dios significa: que observemos sus mandamientos” (1 Juan 5:3). Pero hay otro factor relacionado con la obediencia que debemos tener presente.




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