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Wednesday, October 26, 2011

Lecciones que aprendemos de Job


 

 Al principio, la esposa de Job sufrió las mismas desgracias que él. La pérdida de sus hijos y de la fortuna familiar debió de ser demoledora. También tiene que haberle dolido muchísimo ver a su esposo con una terrible enfermedad. Finalmente exclamó: “¿Todavía estás reteniendo firmemente tu integridad? ¡Maldice a Dios, y muere!”. Poco después llegaron tres hombres —Elifaz, Bildad y Zofar— con la supuesta intención de consolar a Job. Pero no hicieron más que recurrir a argumentos erróneos, por lo que resultaron ser “consoladores molestos”. 

Por ejemplo, Bildad dio a entender que los hijos de Job habían pecado y que se merecían lo que les había sucedido. Elifaz insinuó que Job estaba pagando con su sufrimiento pecados del pasado. ¡Insinuó incluso que Dios no valora a sus siervos leales! (Job 2:9, 11; 4:8; 8:4; 16:2; 22:2, 3.) Aun bajo esa tremenda presión, Job se mantuvo íntegro. Es cierto que se equivocó al “declarar [...] justa su propia alma más bien que a Dios” (Job 32:2). No obstante, fue fiel hasta el final.
 

 A continuación, el relato habla de Elihú, quien también había ido a visitar a Job. Al principio, se limitó a escuchar los argumentos de él y de sus tres amigos. Sin embargo, cuando intervino demostró mayor sensatez, aunque era el más joven de los cinco. Trató a Job con consideración y bondad, dirigiéndose a él por su nombre, a diferencia de los otros tres. Además, lo felicitó por su rectitud. 

Pero también le dijo que se estaba preocupando demasiado por demostrar su inocencia. Entonces le aseguró que vale la pena servir a Dios y serle fiel (léase Job 36:1, 11). ¡Qué excelente ejemplo para los siervos de Dios que tienen que dar consejos hoy día! Elihú tuvo paciencia, escuchó con atención a Job, lo felicitó siempre que pudo y le ofreció consejos constructivos (Job 32:6; 33:32).
 

 Finalmente, Job pasó por una experiencia extraordinaria: “Jehová procedió a [hablarle] a Job desde la tempestad de viento”. Mediante una serie de preguntas, Jehová le ayudó de manera bondadosa, pero firme, a corregir su manera de pensar. Job aceptó con humildad la corrección y reconoció: “He llegado a ser de poca importancia”. Después dijo: “Me arrepiento en polvo y ceniza”. 

A continuación, Dios pasó a decirles a los supuestos consoladores de Job que estaba indignado con ellos porque lo que habían dicho no era verdad. Y luego le mandó a Job que orara por ellos. Por último, “volvió atrás la condición de cautiverio de Job cuando este oró a favor de sus compañeros, y [...] empezó a dar, además, todo lo que había sido de Job, en cantidad doble” (Job 38:1; 40:4; 42:6-10).






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