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Thursday, June 30, 2011

Decididos a dar testimonio cabal de las buenas nuevas


 

“Nos ordenó que predicáramos al pueblo y que diéramos testimonio cabal.” (HECH. 10:42.)
 

UN OFICIAL del ejército romano convocó a sus parientes y amigos a una reunión que marcaría un hito en la relación de Dios con los seres humanos. Ese devoto hombre era Cornelio. El apóstol Pedro —quien también estaba presente— les dijo a todos que los apóstoles habían recibido la comisión de “[predicar] al pueblo y [dar] testimonio cabal” de Jesús. 

El testimonio de Pedro dio su fruto. Aquellos gentiles incircuncisos recibieron espíritu santo, fueron bautizados y tuvieron la oportunidad de llegar a ser reyes con Jesús en el cielo. ¡Qué extraordinarios resultados produjo la predicación del apóstol! (Hech. 10:22, 34-48.)
 

 Unos dos años antes de aquella reunión, alrededor del año 34, un feroz enemigo del cristianismo pasó por una experiencia que le cambió la vida. Saulo de Tarso iba camino a Damasco cuando Jesús se le apareció y le ordenó: “Entra en la ciudad, y se te dirá lo que tienes que hacer”. Luego, Jesús le aseguró a un discípulo llamado Ananías que Saulo daría testimonio “a las naciones así como a reyes y a los hijos de Israel” (léase Hechos 9:3-6, 13-20). 

Al llegar a donde estaba Saulo, Ananías le dijo: “El Dios de nuestros antepasados te ha escogido [...], porque has de ser testigo [ante] todos los hombres” (Hech. 22:12-16). ¿Cuánta importancia le dio Saulo —conocido más tarde como Pablo— a su comisión de dar testimonio?

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