POR todo el mundo la gente contestaría esa pregunta de muchas diferentes maneras. El apóstol Pablo dijo: “Hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’”, y hoy se adora a millones de dioses. (1 Corintios 8:5.) Sin embargo, ¿sabe usted que muchas personas dicen que adoran a un dios, pero en realidad adoran a otro? Y ¿se da cuenta de que muchos ateos son más devotos que personas que creen en un dios? ¿En qué sentido?
Pues bien, una definición de adorar es “reverenciar con sumo honor o respeto”. En los idiomas bíblicos originales las palabras para “adorar” comunican la idea de rendir servicio o de postrarse ante alguien. Con eso presente, consideremos cómo la gente puede estar equivocada sobre a quién o qué realmente adora.
Mezcla en la adoración
Algo parecido sucedió cuando los misioneros católicos introdujeron el catolicismo romano en Sudamérica.
Convirtieron a la mayoría de los habitantes, pero estos, como los samaritanos de la antigüedad, no olvidaron a sus dioses anteriores. Así, en Brasil hay “cristianos” que todavía observan los ritos paganos del vudú, y tienen otras celebraciones que honran a deidades antiguas, como la diosa Iemanjá. Algo parecido se ha visto en otros países sudamericanos.
Además, la misma religión que aquellos misioneros introdujeron en América del Sur era una mezcla de creencias de diferentes religiones. Muchas de sus doctrinas —como las de la Trinidad, un infierno de fuego y la inmortalidad del alma— vinieron de religiones y filosofías paganas de la antigüedad. Ciertamente no estaban en la Biblia. De igual modo, sus fiestas —entre ellas la Navidad y la Pascua Florida— tenían origen no cristiano. ¿Es posible observar fiestas paganas de esa índole y creer en doctrinas no cristianas como esas y aún adorar al Dios de la Biblia, quien dijo: “No debes tener otros dioses contra mi rostro”? (Éxodo 20:3.) ¡De ninguna manera!
“Guárdense de los ídolos”
La idolatría se presenta en otras formas sutiles. En 44 E.C. el rey Herodes Agripa pronunció un discurso público, y la gente se entusiasmó tanto que gritó: “¡Voz de un dios, y no de un hombre!”. (Hechos 12:21, 22.) Sí, idolatraron a Herodes y lo hicieron un dios. Cosas similares suceden hoy día. En los días violentos en que el nazismo ascendía al poder en Europa, el clamor “¡Heil Hitler!” era en realidad un grito de adoración. Muchos estuvieron dispuestos a pelear y morir por el Führer como si él fuera un dios, el salvador de la nación. Sin embargo, ¡la mayoría de los que rendían aquel homenaje eran miembros de las iglesias de la cristiandad!
Antes y después de los días de Hitler ha habido otros líderes políticos que también se han proclamado salvadores y han exigido devoción exclusiva. Los que sucumbieron convirtieron a aquellos hombres en dioses, prescindiendo de la religión formal a que pertenecieran como “adoradores” o de que afirmaran ser ateos. El homenaje que los fanáticos dan a estrellas de los deportes y del cine y a otros artistas también se asemeja a adoración.
Adoración del dinero
El apóstol Pablo explicó un principio similar cuando escribió: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría”. (Colosenses 3:5.) Si codiciamos algo tanto que todos nuestros esfuerzos van encaminados a conseguirlo, y quizás hasta violemos la ley mientras hacemos esto, entonces para nosotros ese objeto es un ídolo, un dios. (Efesios 5:5.) En otra carta, Pablo escribió esto respecto a ciertos malhechores: “Su dios es su vientre”. (Filipenses 3:19.) Si todo lo que buscamos en la vida es agradarnos a nosotros mismos, llenarnos el vientre, por decirlo así, entonces nosotros somos nuestro propio dios. ¿A cuántos conoce usted que adoran esa clase de dios?
Sí; como escribió el apóstol Pablo: “Hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’”. Y en muchos casos sus adoradores son como los samaritanos de la antigüedad: de palabra sirven a un dios y por sus acciones sirven a otro. Sin embargo, la verdad es que hay un solo Dios que merece nuestra adoración.
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