El apóstol Pablo escribió: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas” (2 Timoteo 3:16). Su afirmación concuerda con la que hizo Jesús en una oración a Dios: “Tu palabra es la verdad”. En la actualidad, encontramos esa palabra en la Santa Biblia, y hacemos bien en contrastar con ella nuestras creencias y normas de conducta (Juan 17:17).
Al comparar lo que creemos con la Palabra de Dios imitamos a los cristianos de la antigua Berea, quienes se aseguraron de que las enseñanzas de Pablo armonizaran con las Escrituras. Lejos de criticarlos, Lucas los encomió por su actitud, pues “recibieron la palabra con suma prontitud de ánimo y examinaban con cuidado las Escrituras diariamente en cuanto a si estas cosas eran así” (Hechos 17:11). En vista de las enseñanzas religiosas y morales tan contradictorias que circulan hoy día, es importante que sigamos el ejemplo de los bereanos de corazón noble.
Otra forma de identificar la verdad espiritual es ver cómo influye en la vida de la gente (Mateo 7:17). Regirse por la verdad de la Biblia debería hacernos mejores esposos y padres o esposas y madres, lo que redunda en familias más felices y en mayor satisfacción personal. “¡Felices son los que oyen la palabra de Dios y la guardan!”, exclamó Jesús (Lucas 11:28).
Las palabras de Jesús nos recuerdan lo que su Padre celestial dijo a los israelitas de la antigüedad: “Yo, Jehová, soy tu Dios, Aquel que te enseña para que te beneficies a ti mismo, Aquel que te hace pisar en el camino en que debes andar. ¡Oh, si realmente prestaras atención a mis mandamientos! Entonces tu paz llegaría a ser justamente como un río, y tu justicia como las olas del mar” (Isaías 48:17, 18). Todo amante de la bondad y la justicia se sentiría conmovido por un afectuoso ruego como este.
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