¡Ay, oh Señor Soberano Jehová! Mira que realmente no sé hablar, pues solo soy un muchacho (Jer. 1:6).
Cuando Jehová nombró a Jeremías “profeta a las naciones”, él exclamó lo que leemos en el texto de hoy. A pesar de ello, confió en Dios y aceptó la comisión (Jer. 1:4-10). Por más de cuarenta años tuvo que soportar la indiferencia, el rechazo y las burlas de la gente, y hasta sufrió agresiones físicas (Jer. 20:1, 2). Hubo ocasiones en las que sintió deseos de darse por vencido, pero siguió adelante proclamando un mensaje que la mayoría de los judíos no quería escuchar. El poder de Dios ayudó a Jeremías a lograr algo que él no hubiera podido lograr por sí solo (Jer. 20:7-9). Muchos siervos de Dios de la actualidad nos sentimos identificados con Jeremías. Cuando vimos que tendríamos que predicar de casa en casa, algunos pensamos: “Yo jamás podría hacer eso”. Sin embargo, al comprender que esa es la voluntad de Jehová, vencimos el temor y nos pusimos a predicar.
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