Dado que no debemos confiar ni en la sabiduría del mundo ni en lo que nosotros creemos en cuanto a lo que es bueno y lo que es malo, ¿qué haremos? Fijémonos en este claro e inequívoco consejo del apóstol Pablo: “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas; más bien, transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios” (Romanos 12:2). ¿Por qué tenemos que probar para nosotros mismos lo que es la voluntad de Dios? Jehová nos da en la Biblia una respuesta sencilla, pero convincente: “Como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que los caminos de ustedes, y mis pensamientos que los pensamientos de ustedes” (Isaías 55:9). Así que en lugar de confiar en el llamado sentido común o en nuestra opinión sobre lo que está bien, se nos da esta recomendación: “Sigan asegurándose de lo que es acepto al Señor” (Efesios 5:10).
Jesucristo recalcó esta necesidad cuando dijo: “Esto significa vida eterna, el que estén adquiriendo conocimiento de ti, el único Dios verdadero, y de aquel a quien tú enviaste, Jesucristo” (Juan 17:3). La expresión “estén adquiriendo conocimiento” tiene un sentido mucho más profundo que “conocer”. Según el Diccionario expositivo, de Vine, “indica [...] una relación entre la persona que conoce y el objeto conocido; a este respecto, lo que es conocido es de valor e importancia para aquel que conoce, y de ahí el establecimiento de la relación”. Tener una relación con alguien implica más que saber quién es o cómo se llama. Hay que conocer qué le gusta y qué le disgusta, sus valores y sus normas; y hay que respetarlos (1 Juan 2:3; 4:8).
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