El clero judío ponía obstáculos ante las personas que querían entrar por la puerta angosta. “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cierran el reino de los cielos delante de los hombres; pues ustedes mismos no entran, ni permiten entrar a los que están entrando.” (Mateo 23:13.) El método que usaban los fariseos fue bien descrito en esa advertencia de Jesús. Ellos ‘desechaban como inicuo el nombre de los discípulos de Jesús por causa del Hijo del hombre’. (Lucas 6:22.) Cierto hombre que había nacido ciego y fue sanado por Cristo fue expulsado de la sinagoga por creer que Jesús era el Mesías. Los padres de aquel hombre no quisieron contestar ninguna pregunta porque temían que se les expulsara de la sinagoga. Por la misma razón, otros que creían que Jesús era el Mesías se retraían de confesarlo públicamente. (Juan 9:22, 34; 12:42; 16:2.)
“Por sus frutos los reconocerán”, dijo Jesús. Añadió: “Todo árbol bueno produce fruto excelente, pero todo árbol podrido produce fruto inservible.” (Mateo 7:16-20.) La misma regla aplica hoy. Muchos miembros del clero de la cristiandad dicen una cosa y hacen otra. Aunque afirman que enseñan la Biblia, apoyan blasfemias como la Trinidad y el infierno de fuego. Otros repudian el rescate, enseñan la evolución en vez de la creación y predican sicología popular para regalarles los oídos a otros. Como los fariseos, muchos clérigos hoy aman el dinero y esquilan de sus rebaños millones de dólares. (Lucas 16:14.) Todos gritan: “Señor, Señor”, pero Jesús les responde: “¡Nunca los conocí! Apártense de mí, obradores del desafuero”. (Mateo 7:21-23.)
Hoy, personas que en un tiempo anduvieron en el camino angosto lo han abandonado. Dicen que aman a Jehová, pero no obedecen su mandato de predicar. Dicen que aman a Jesús, pero no alimentan a Sus ovejas. (Mateo 24:14; 28:19, 20; Juan 21:15-17; 1 Juan 5:3.) No desean estar bajo el yugo con los que andan en los pasos de Jesús. El camino estrecho les ha parecido demasiado estrecho. Se cansaron de hacer el bien, y por eso “salieron de entre nosotros, pero no eran de nuestra clase; porque si hubieran sido de nuestra clase, habrían permanecido con nosotros”. (1 Juan 2:19.) Regresaron a la oscuridad, y “¡cuán grande es esa oscuridad!”. (Mateo 6:23.) Pasaron por alto la súplica de Juan: “Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino en hecho y verdad”. (1 Juan 3:18.)
Jesús concluyó su Sermón del Monte con una ilustración impresionante: “A todo el que oye estos dichos míos y los hace se le asemejará a un varón discreto, que edificó su casa sobre la masa rocosa. Y descendió la lluvia y vinieron las inundaciones y soplaron los vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa, pero no se hundió, porque había sido fundada sobre la masa rocosa”. (Mateo 7:24, 25.)
En Palestina las fuertes lluvias podían hacer que las aguas bajaran de súbito por los secos valles torrenciales en inundaciones destructivas. Para que las casas permanecieran en pie se requería que sus fundamentos estuvieran sobre roca sólida. El relato de Lucas muestra que el hombre “cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la masa rocosa”. (Lucas 6:48.) Era trabajo duro, pero valía la pena cuando azotaba una tormenta. Por eso el cultivar cualidades cristianas sobre la base de los dichos de Jesús será remunerador cuando azoten inesperadas inundaciones de adversidad.
La otra casa se construyó sobre la arena: “A todo el que oye estos dichos míos y no los hace se le asemejará a un varón necio, que edificó su casa sobre la arena. Y descendió la lluvia y vinieron las inundaciones y soplaron los vientos y dieron contra aquella casa, y se hundió, y fue grande su desplome”. Así será en el caso de los que dicen: “Señor, Señor”, pero no hacen lo que Jesús dijo. (Mateo 7:26, 27.)
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