Una razón por la cual Jesús no intervino en la política es que sabía que, al tiempo señalado, Dios establecería un gobierno celestial que regiría la Tierra. Hizo de este gobierno, llamado en la Biblia el Reino de Dios, el tema principal de su enseñanza (Lucas 4:43; Revelación 11:15). Instruyó a sus discípulos a pedir en oración que viniera el Reino, pues solo bajo su gobernación ‘se efectuaría la voluntad de Dios sobre la tierra como se hace en el cielo’ (Mateo 6:9, 10). Quizás nos preguntemos: “Si este Reino va a regir toda la Tierra, ¿qué les ocurrirá a los gobiernos humanos?”.
La respuesta se halla en Daniel 2:44: “En los días de aquellos reyes [que gobiernan al final del sistema actual] el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos [humanos], y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos”. ¿Por qué es necesario que el Reino de Dios ‘triture’ a las gobernaciones terrestres? Porque estas insisten en perpetuar el espíritu de autodeterminación que fomentó Satanás en el jardín de Edén y que desafía a Dios. Además de obrar en contra de los mejores intereses del género humano, quienes procuran perpetuar dicho espíritu se colocan en oposición al Creador (Salmo 2:6-12; Revelación 16:14, 16). Por lo tanto, debemos preguntarnos: “¿Estamos a favor de la gobernación divina, o en contra de ella?”.
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