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Wednesday, September 28, 2011

Víctimas del prejuicio y la persecución


 

La actitud que adoptaron los maestros religiosos creó un ambiente hostil para los seguidores de Jesús. Alardeando de su posición, aquellos hombres proclamaban: “Ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad?” (Juan 7:13, 48). 

De este modo insinuaban que creer en Jesús era propio del populacho. Y aunque algunos dirigentes judíos —como Nicodemo y José de Arimatea— se hicieron discípulos, lo mantuvieron secreto por temor a sus compañeros (Juan 3:1, 2; 12:42; 19:38, 39). 

De hecho, los guías religiosos habían decretado que quien aceptara a Jesús como el Mesías tendría que ser “expulsado de la sinagoga”, un castigo que suponía el rechazo de la sociedad (Juan 9:22).
 

Aquella oposición pronto se convirtió en violencia. Por ejemplo, el Sanedrín (el tribunal supremo judío) ordenó que a los apóstoles se les castigara con azotes por atreverse a predicar (Hechos 5:40). 

Además, ese mismo tribunal condenó a muerte al discípulo Esteban, contra quien se presentaron falsos cargos de blasfemia. Justo después de que este fuera apedreado, “se levantó gran persecución contra la congregación que estaba en Jerusalén; [y] todos salvo los apóstoles fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria” (Hechos 6:8-14; 7:54–8:1). 

Más adelante, el sumo sacerdote y “la asamblea de ancianos” aprobaron una campaña de persecución en la que participó Saulo, quien llegó a ser conocido como el apóstol Pablo (Hechos 9:1, 2; 22:4, 5).
 

En los años que siguieron a la muerte de Jesús, miles de personas tuvieron el valor de hacerse creyentes. Pero pese a su rápido crecimiento, los cristianos no dejaron de ser una minoría en la Palestina del siglo primero. Quien se atreviera a hacer pública su fe en Cristo se exponía a ser víctima de discriminación y violencia.




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BIBLIA EN LINEA 

Los textos bíblicos más antiguos, accesibles a través de Internet


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LA CAJA DE PREOCUPACIONES‏

Escuché hablar de una señora que mantenía una caja en su cocina que llamaba su "caja de preocupaciones". Cada vez que algo la atormentaba, ella lo escribía en un pedazo de papel y lo ponía en la caja.


Decidió no pensar en sus problemas siempre y cuando estuvieran en la caja. Esto le permitió sacar esos problemas completamente de su mente. Ella sabía que se podía lidiar con esos problemas después. De vez en cuando sacaba un trozo de papel y revisaba la preocupación que había escrito en él. Puesto que la ansiedad no la había consumido, se encontraba relajada y mejor capacitada para encontrar la solución a su problema. Muchas veces descubría que una preocupación específica había dejado de existir.


Puede ser útil escribir tus preocupaciones sobre un papel y ponerlas en una caja, pero ¡cuánto mejor es colocarlas en las manos de Dios! La preocupación nos roba el gozo, nos agota la energía, impide nuestro crecimiento espiritual y deshonra a Dios. Jesús dijo: "Por lo tanto, nunca se inquieten acerca del día siguiente, porque el día siguiente tendrá sus propias inquietudes. Suficiente para cada día es su propia maldad" (Mateo 6:34)


CUANDO PONEMOS NUESTRAS INQUIETUDES EN MANOS DE JEHOVÁ, ÉL PONE SU PAZ EN NUESTRO CORAZÓN.

Pro. 17:17 Prov. 17:17

Miércoles 28 de septiembre
Un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia (Pro. 17:17).
Al escribir estas palabras, es probable que Salomón estuviera pensando en la amistad que su padre, David, tuvo con Jonatán, el hijo del rey Saúl (1 Sam. 18:1). Saúl quería que Jonatán lo sucediera en el trono, pero este aceptó la decisión de Jehová de darle el reinado a David. A diferencia de su padre, Jonatán no sintió envidia. Tampoco se molestó por la atención que recibía su amigo ni se creyó las calumnias que Saúl estaba esparciendo acerca de él (1 Sam. 20:24-34). ¿Somos nosotros como Jonatán? ¿Nos alegramos cuando nuestros amigos reciben responsabilidades en la congregación? ¿Los apoyamos y consolamos cuando atraviesan dificultades? ¿Cómo reaccionamos cuando escuchamos un chisme sobre alguno de ellos? ¿Lo creemos sin más ni más, o, al igual que Jonatán, defendemos lealmente a nuestros amigos?


Wednesday, September 28
A true companion is loving all the time, and is a brother that is born for when there is distress.—Prov. 17:17.
When composing those words, Solomon may have had in mind the friendship that his father, David, enjoyed with Jonathan. (1 Sam. 18:1) King Saul wanted his son Jonathan to inherit the throne of Israel. But Jonathan accepted the fact that Jehovah had chosen David for this privilege. Unlike Saul, Jonathan did not become envious of David. He did not resent the praise David received, nor did he swallow the slander that Saul spread about David. (1 Sam. 20:24-34) Are we like Jonathan? When our friends receive privileges, are we happy for them? When they suffer hardships, do we comfort and support them? If we hear harmful gossip about a friend, are we quick to believe it? Or, like Jonathan, do we loyally defend our friend?

Tuesday, September 27, 2011

Rejected by Religious Leaders


 

By the time Jesus came to earth, Jewish religious thinking and practices had strayed far from what was taught in the inspired Scriptures. The religious leaders of the day—the Sadducees, Pharisees, and scribes—upheld man-made traditions, putting them ahead of God’s written Word. Time and again they accused Jesus of breaking the Law because he performed miraculous cures on the Sabbath. 

By forcefully refuting their unscriptural teachings, Jesus challenged both their authority and their claims of having an approved standing with God. By contrast, Jesus came from a humble background and lacked their formal religious education. No wonder it was so difficult for such proud men to acknowledge Jesus as the Messiah! Such confrontations so enraged them that they “took counsel against [Jesus] that they might destroy him.”—Matthew 12:1-8, 14; 15:1-9.
 

How, though, could the religious leaders explain away Jesus’ ability to perform miracles? They did not deny that the miracles occurred. Instead, they blasphemously tried to undermine faith in Jesus by attributing his power to Satan, saying: “This fellow does not expel the demons except by means of Beelzebub, the ruler of the demons.”—Matthew 12:24.
 

There was another deep-seated reason for their adamant refusal to acknowledge Jesus as the Messiah. After Jesus resurrected Lazarus, leaders of the various religious factions consulted together and said: “What are we to do, because this man performs many signs? If we let him alone this way, they will all put faith in him, and the Romans will come and take away both our place and our nation.” For fear of losing their power and position, the religious leaders conspired to kill both Jesus and Lazarus!—John 11:45-53;






Why not check the Scriptures here? 

BIBLE ON LINE


El rechazo de los maestros religiosos




 

Para el tiempo en que Jesús vino a la Tierra, la religión judía se había apartado muchísimo de lo que la Palabra de Dios enseñaba. Los maestros religiosos de la época —los saduceos, los fariseos y los escribas— le daban más peso a la tradición que a las Santas Escrituras. Una y otra vez acusaron a Jesús de violar la Ley mosaica, argumentando que efectuar curaciones milagrosas en sábado era un delito. 


Pero, valiéndose de sólidas razones, Jesús rebatió sus doctrinas falsas, lo cual debilitó su posición de autoridad y puso en entredicho que contaran con el respaldo divino. Además, como Jesús no era rico ni poderoso, ni había asistido a sus prestigiosas escuelas, aquellos arrogantes líderes jamás lo iban a reconocer como el Mesías. Tanto los enardecían sus palabras que “entraron en consejo contra él para [...] destruirlo” (Mateo 12:1-8, 14; 15:1-9).
 

Ahora bien, ¿acaso no vieron los milagros de Jesús? ¿Qué explicación tenían para ellos? La verdad es que no podían negarlos. Así que para evitar que la gente creyera en él, decían: “Este no expulsa a los demonios sino por medio de Beelzebub, el gobernante de los demonios” (Mateo 12:24). En efecto, atribuían el poder de Jesús a Satanás. ¡Qué tremenda blasfemia!
 

Pero había otra razón por la que los líderes religiosos se negaron de plano a reconocer a Jesús como el Mesías. Esta se hizo patente en una reunión que celebraron los jefes de las distintas facciones después de la resurrección de Lázaro. “¿Qué hemos de hacer —dijeron—, porque este hombre ejecuta muchas señales? Si lo dejamos así, todos pondrán fe en él, y los romanos vendrán y nos quitarán nuestro lugar así como nuestra nación.” Tanto miedo tenían de perder el poder, que planearon matar a Jesús y también a Lázaro (Juan 11:45-53; 12:9-11).


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