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Monday, September 3, 2012

¿Qué es la integridad?



 

 Mucha gente desconoce todo lo que abarca el concepto de integridad. Hay políticos, por ejemplo, que presumen de ser íntegros, queriendo decir con ello que son honrados. Y claro, la honradez es importante, pero es tan solo una parte de la integridad. Como bien muestra la Biblia, la persona íntegra es la que lleva una vida intachable, la que actúa con entereza moral. De hecho, los términos hebreos relacionados con la palabra “integridad” provienen de una raíz que significa “entero”, “intacto”, “sin tacha o defecto”. Y uno de estos términos hebreos se emplea para referirse a los animales que se ofrecían a Jehová. Para que él los aceptara, debían estar sanos y sin defectos (léase Levítico 22:19, 20). De ahí que Jehová condenara tan enérgicamente a quienes desobedecían esa norma y ofrecían animales cojos, enfermos o ciegos (Mal. 1:6-8).
 

 Como es lógico, todos esperamos que las cosas que adquirimos estén completas o enteras. Supongamos, por ejemplo, que un coleccionista de libros antiguos encuentra en una librería un valiosísimo ejemplar que lleva años buscando. ¿Qué haría si descubriera que le faltan varias páginas importantes? Es probable que se decepcione y que no se lo lleve. Pensemos ahora en una mujer que va recogiendo caracolas mientras pasea por la playa. Fascinada por la belleza y la variedad de las caracolas que encuentra a su paso, se detiene aquí y allá a examinar algunas de ellas. ¿Con cuáles cree usted que se quedará? Con las que están completas, intactas. Pues Dios hace algo parecido: él busca a las personas que son íntegras, completas, por decirlo así (2 Cró. 16:9).
 

 Ahora bien, quizá nos preguntemos si para ser íntegros hay que ser perfectos. Tal vez pensemos que, como somos imperfectos, nos parecemos en realidad a un libro incompleto o una caracola rota. ¿Se ha sentido usted así alguna vez? En ese caso, recuerde que Jehová no espera de nosotros perfección absoluta; él no nos pide imposibles (Sal. 103:14; Sant. 3:2). Lo que sí espera es que seamos íntegros. ¿Qué diferencia hay, entonces, entre perfección e integridad? Pongamos un ejemplo. Pensemos en un novio que está a punto de casarse. Sería absurdo que esperara perfección de su futura esposa. Sin embargo, sí sería lógico que esperara que ella lo amara con todo el corazón y que su amor solo fuera para él. Algo parecido sucede con Jehová: él “exige devoción exclusiva” (Éxo. 20:5). Aunque no espera que seamos perfectos, sí espera que lo amemos con todo el corazón y que solo lo adoremos a él.
 

 Tal vez recordemos la respuesta que dio Jesús cuando le preguntaron cuál era el mandamiento más importante (léase Marcos 12:28-30). Jesús no solo dijo cuál era ese mandamiento, sino que lo cumplió a la perfección. Él, como nadie, amó a Jehová con todo su corazón, alma, mente y fuerzas. Y con su ejemplo dejó claro que la integridad no se demuestra solo con palabras, sino también con acciones, y que esas acciones deben estar impulsadas por un corazón puro. Por eso, si queremos ser íntegros, es imprescindible que sigamos los pasos de Cristo (1 Ped. 2:21).
 

 En esencia, pues, ser íntegro en el sentido bíblico significa tener devoción incondicional a nuestro Padre celestial y lealtad absoluta a su voluntad y propósito. Las personas íntegras son aquellas que se esfuerzan por agradar a Jehová en todo lo que hacen, aquellas que tienen las mismas prioridades que él. Veamos ahora tres razones por las que es tan importante ser íntegros.


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