La palabra de Dios —o sea, su mensaje— encierra un gran poder (Heb. 4:12). Es mucho más afilada que las espadas que fabrica el hombre. Al ser tan cortante, penetra, por decirlo así, hasta la médula de los huesos. La verdad bíblica llega a lo más íntimo de la persona —sus pensamientos y emociones— y revela lo que hay en su interior. Además, puede cambiarle la vida por completo (léase Colosenses 3:10). ¡Qué gran poder de transformación!
Por otro lado, la Biblia es un libro de sabiduría incomparable que nos enseña a vivir en este mundo lleno de complicaciones. Al igual que una lámpara, alumbra tanto nuestros pasos como el camino, es decir, nos guía en todas las situaciones, a corto y a largo plazo (Sal. 119:105). Ciertamente, es una ayuda inestimable en el diario vivir, pues nos permite afrontar los problemas y tomar decisiones sobre asuntos como las amistades, las diversiones, el empleo y la ropa (Sal. 37:25; Pro. 13:20; Juan 15:14; 1 Tim. 2:9). Y también nos facilita la convivencia con los demás (Mat. 7:12; Fili. 2:3, 4). Pero, además, las Escrituras iluminan nuestro camino a la distancia, pues nos ayudan a percibir las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones (1 Tim. 6:9). Y predicen lo que hará Dios en el futuro, lo cual nos impulsa a vivir en armonía con su voluntad (Mat. 6:33; 1 Juan 2:17, 18). Sin duda, la vida cobra sentido cuando nos dejamos guiar por los principios bíblicos.
El mensaje de la Biblia, al que Pablo llama “la espada del espíritu”, es también una poderosa arma para la lucha espiritual (léase Efesios 6:12, 17). Con ella, podemos liberar a quienes están prisioneros del Diablo. Esta espada es única, pues en vez de matar, salva vidas. ¿No deberíamos esforzarnos por manejarla con destreza?