NO ES raro oír el consejo “Haz lo que te dicte la conciencia”. Sin embargo, para que esta sea una guía confiable, hay que educarla debidamente, de modo que distinga lo bueno de lo malo. Además, es preciso escucharla y responder a su dirección.
La Biblia narra la experiencia de un hombre llamado Zaqueo que vivía en Jericó. Era un recaudador de impuestos principal, y era rico. Él mismo admitía que había conseguido su riqueza mediante extorsión, una práctica que sin duda perjudicaba al prójimo. ¿Le remordía la conciencia su proceder injusto? Si acaso le perturbaba, parece que no le hacía caso (Lucas 19:1-7).
Ahora bien, surgió una situación que llevó a este hombre a reexaminar su modo de vivir. Cuando Jesús llegó a Jericó, Zaqueo —de baja estatura— quería verlo, pero no podía a causa de la muchedumbre. De modo que corrió adelante y se subió a un árbol para verlo mejor. Su gran interés impresionó a Jesús, quien le dijo que lo visitaría en su hogar; él accedió y recibió hospitalariamente a su distinguido invitado.
Lo que Zaqueo vio y oyó mientras estuvo con Jesús le llegó al corazón y lo impulsó a rectificar su proceder. Anunció: “¡Mira! La mitad de mis bienes, Señor, la doy a los pobres, y todo cuanto extorsioné de persona alguna por acusación falsa, le devuelvo el cuádruplo” (Lucas 19:8).
Una vez educada su conciencia, Zaqueo la escuchó y respondió a su dirección. Y los buenos resultados fueron de largo alcance. Imagínese cómo debió de sentirse cuando Jesús le dijo: “Este día ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:9).
¡Qué ejemplo tan animador! Muestra que, prescindiendo de nuestro modo de vivir anterior, podemos cambiar. Al igual que Zaqueo, tenemos que prestar atención a las palabras de Jesús —recogidas en la Biblia— y agudizar nuestro sentido del bien y del mal. Así podremos seguir la exhortación del apóstol Pedro: “Tengan una buena conciencia”. En efecto, si escuchamos a nuestra conciencia educada, haremos lo que es debido (1 Pedro 3:16).
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