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Thursday, February 16, 2012

Cómo pueden extraviarnos los ojos


 

 Recordemos lo que le sucedió a Eva, la primera mujer. Satanás le dio a entender que si comía el fruto del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”, se le “[abrirían] los ojos”. La idea de que se le abrieran los ojos al comer del fruto prohibido tuvo que resultarle muy atrayente. Y más aún cuando “vio que el árbol era bueno para alimento, y que a los ojos era algo que anhelar, sí, el árbol era deseable para contemplarlo”. Al mirar aquel árbol con deseo, terminó desobedeciendo a Dios, y lo mismo hizo Adán, con terribles consecuencias para la humanidad (Gén. 2:17; 3:2-6; Rom. 5:12; Sant. 1:14, 15).
 

 Posteriormente, en tiempos de Noé, hubo ángeles que se dejaron llevar por algo que cautivó su vista. En efecto, Génesis 6:2 dice: “Los hijos del Dios verdadero empezaron a fijarse en las hijas de los hombres, que ellas eran bien parecidas; y se pusieron a tomar esposas para sí, a saber, todas las que escogieron”. Como vemos, se quedaron mirando con pasión a las mujeres y les nació el deseo de tener relaciones sexuales con ellas, algo totalmente contrario a su naturaleza. Al hacer realidad ese deseo, aquellos rebeldes tuvieron unos hijos muy violentos. A tal grado llegó la maldad de los seres humanos, que Dios los destruyó a todos, con la excepción de Noé y su familia (Gén. 6:4-7, 11, 12).
 

 Siglos más tarde, un hombre llamado Acán también se dejó seducir por lo que vio. Los israelitas habían recibido el mandato divino de que, cuando conquistaran la ciudad de Jericó, destruyeran todo, salvo ciertos objetos que irían a parar al tesoro de Jehová. Él les había advertido: “Manténganse alejados de la cosa dada por entero a la destrucción, por temor de que les dé un deseo y de veras tomen algo”. Pero Acán desobedeció y se llevó varios artículos lujosos, lo que ocasionó que los israelitas fueran derrotados en la ciudad de Hai y sufrieran numerosas bajas. No fue sino hasta que salió a la luz el robo que el culpable confesó: “Cuando llegué a ver [los objetos] [...] los quise, y los tomé”. El deseo de los ojos llevó a Acán a codiciar en su corazón cosas prohibidas por Dios y ocasionó su ruina y la de “todo lo que era suyo” (Jos. 6:18, 19; 7:1-26).




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