▪ La mayoría de las ciudades de tiempos bíblicos estaban rodeadas por murallas. Muchas de las puertas de entrada daban a espacios abiertos que servían de punto de encuentro y centro de actividades comerciales. Allí se comentaban las últimas noticias y se daban anuncios de interés público, por lo que era un buen lugar para que los profetas proclamaran sus mensajes (Jeremías 17:19, 20). Cierta obra explica que “prácticamente todas las transacciones públicas se realizaban en las puertas de la ciudad o cerca de ellas” (The Land and the Book [La tierra y el libro]).
Por poner un caso, cuando Abrahán compró una propiedad que pertenecía a Efrón para utilizarla como sepultura familiar, lo hizo “ante los ojos de los hijos de Het, entre todos los que entraban por la puerta de su ciudad” (Génesis 23:7-18). Allí también se resolvían asuntos legales. Por ejemplo, cuando Boaz cumplió con la ley del matrimonio de levirato con respecto a Rut y la herencia de su difunto esposo, les pidió a diez ancianos de Belén que se sentaran a la puerta de la ciudad para servirle de testigos (Rut 4:1, 2). Además, los hombres de edad avanzada que actuaban como jueces solían sentarse en las puertas de la ciudad para escuchar los casos, dictar fallos y ejecutar sentencias (Deuteronomio 21:19).
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