▪ En la época de los antiguos patriarcas era habitual entre los siervos de Dios otorgar derechos especiales al primer hijo varón. Al morir el padre, el hijo mayor se convertía en el cabeza de la familia: era el responsable de cuidar y mantener a todos los que vivían bajo su techo y tenía autoridad sobre ellos. También representaba a la familia ante Dios. La herencia se repartía entre todos los hijos, pero el primogénito recibía la parte principal, que equivalía al doble de los demás.
El primogénito podía perder este derecho o renunciar a él. Esaú, por ejemplo, vendió su primogenitura a su hermano menor (Génesis 25:30-34). En el caso de Rubén, él perdió este derecho debido a su conducta inmoral, por lo que su padre, Jacob, se lo otorgó a José (1 Crónicas 5:1).
A partir del momento en que se implantó la Ley mosaica, el padre debía respetar este derecho que por nacimiento le correspondía al primogénito. Ningún hombre con más de una esposa podía transferirlo de su hijo mayor al primogénito de otra esposa por ser esta su favorita (Deuteronomio 21:15-17).
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