Por desgracia, en este mundo podrido no podemos evitar ver cosas espiritualmente inútiles. ¡Al propio Jesús se las pusieron delante de los ojos con la intención de apartarlo de Dios! Por ejemplo, leemos que en la tercera tentación, “el Diablo lo llevó consigo a una montaña excepcionalmente alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria” (Mat. 4:8). ¿Por qué actuó así Satanás? Sin duda, porque quería aprovecharse de la poderosa influencia del sentido de la vista. Pensó que al contemplar el esplendor de los reinos de su tiempo, Cristo cedería al deseo de recibir la gloria de este mundo. Pero ¿cómo reaccionó el Hijo de Dios?
Jesús no se puso a darle vueltas a la tentadora oferta. No acarició ningún mal deseo. Sin pensarlo dos veces, rechazó de inmediato la proposición y le ordenó: “¡Vete, Satanás!” (Mat. 4:10). Con esta respuesta demostró que lo más importante en su vida era hacer la voluntad de Jehová y mantener una buena relación con él (Heb. 10:7). Así logró evitar la trampa que le había tendido el Diablo.
El ejemplo de Jesús nos enseña varias lecciones. Primero, que nadie está libre de las maquinaciones de Satanás (Mat. 24:24). Segundo, que lo que vemos puede tener un poderoso efecto, para bien o para mal, en los deseos del corazón. Tercero, que el Diablo le saca el máximo partido al “deseo de los ojos” para intentar desviarnos (1 Ped. 5:8). Y cuarto, que podemos vencer, sobre todo si actuamos sin demora (Sant. 4:7; 1 Ped. 2:21).
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