Con esa maravillosa esperanza por delante, estas palabras de Jesús que sirven para prepararnos deben resonar constantemente en nuestros oídos: “El que haya aguantado hasta el fin es el que será salvo”. (Mateo 24:13.) Es importante empezar bien en el derrotero del discípulo cristiano. Pero lo que importa finalmente es cómo aguantamos, lo bien que terminamos esa carrera. El apóstol Pablo recalcó esto cuando dijo: “Ustedes tienen necesidad de aguante, para que, después que hayan hecho la voluntad de Dios, reciban el cumplimiento de la promesa”. (Hebreos 10:36.) La palabra griega que aquí se traduce “aguante” es hy·po·mo·né. Esta por lo general denota un aguante valeroso, firme o paciente que no pierde la esperanza frente a obstáculos, persecuciones, pruebas ni tentaciones. Si esperamos alcanzar con el tiempo la salvación, tenemos que someternos a una prueba de aguante como parte de la preparación esencial para esa salvación.
Aunque nos parezca agradable, no debemos engañarnos con la idea de que podemos acabar con la prueba rápidamente. Para solucionar terminantemente las cuestiones de la soberanía universal y la integridad del hombre, Jehová no se ha eximido a sí mismo de aguantar. Ha aguantado cosas desagradables aunque pudo haberlas eliminado al instante. Jesucristo también fue un dechado de aguante. (1 Pedro 2:21; compárese con Romanos 15:3-5.) Ante estos brillantes ejemplos, de seguro nosotros también estamos dispuestos a aguantar hasta el mismo fin. (Hebreos 12:2, 3.)
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