Al escribir a los cristianos fieles de Éfeso, el apóstol Pablo exhortó: “Sigan asegurándose de lo que es acepto al Señor” (Efesios 5:10). Actuar de ese modo es el proceder sabio, como bien lo ilustran muchos relatos bíblicos.
Una vez que el arca del pacto había sido devuelta a Israel y había permanecido muchos años en Quiryat-jearim, el rey David deseó trasladarla a Jerusalén. Consultó con los jefes del pueblo y dijo que lo haría ‘si les parecía bien a ellos y le era acepto a Jehová’. Pero no investigó bien para determinar cuál era la voluntad divina al respecto. Si lo hubiera hecho, el Arca no se habría colocado sobre un carruaje; más bien, los levitas qohatitas la habrían transportado sobre los hombros, tal como Dios había mandado con claridad. Aunque David solía inquirir de Jehová, en esta ocasión no lo hizo debidamente. El resultado fue desastroso. Él mismo reconoció más tarde: “Jehová nuestro Dios irrumpió contra nosotros, porque no lo buscamos conforme a la costumbre” (1 Crónicas 13:1-3; 15:11-13; Números 4:4-6, 15; 7:1-9).
Cuando los levitas por fin transportaron el Arca desde la casa de Obed-edom hasta Jerusalén, se cantó una canción compuesta por David que incluía este recordatorio sincero: “Procuren hallar a Jehová y su fuerza, busquen su rostro constantemente. Acuérdense de sus maravillosos actos que ha ejecutado, de sus milagros y las decisiones judiciales de su boca” (1 Crónicas 16:11, 12).
Antes de morir, David aconsejó a su hijo Salomón: “Si tú [...] buscas [a Jehová], él se dejará hallar de ti” (1 Crónicas 28:9). Cuando ascendió al trono, Salomón fue a Gabaón, donde se hallaba la tienda de reunión, y ofreció sacrificios a Dios. Allí, Jehová le hizo esta invitación: “¡Pide! ¿Qué quieres que te dé?”. En respuesta a la solicitud del rey, Dios le dio generosamente sabiduría y conocimiento para juzgar a Israel, pero además de eso, le dio riquezas y honra (2 Crónicas 1:3-12). El rey construyó un magnífico templo utilizando el plano arquitectónico que David había recibido de Jehová. Pero no buscó la guía divina en sus asuntos matrimoniales. Se casó con mujeres que no adoraban al Dios verdadero. Cuando el rey envejeció, ellas le alejaron el corazón de Jehová (1 Reyes 11:1-10). Prescindiendo de lo prominentes, sabios o entendidos que parezcamos ser, es importante que sigamos “asegurándo[nos] de lo que es acepto al Señor”.
El relato del reinado de Asá, bisnieto de Salomón, recalca la necesidad de seguir este consejo. Once años después que Asá ascendió al trono, Zérah el etíope salió contra Judá con un ejército de un millón de hombres. ¿Salvaría Jehová a su pueblo? Más de quinientos años antes, él les había dicho claramente lo que podían esperar si escuchaban su voz y guardaban sus mandamientos, y lo que podían esperar si hacían lo contrario (Deuteronomio 28:1, 7, 15, 25). Al principio de su reinado, Asá había quitado de Judá los altares y las columnas que se usaban en la adoración falsa y había instado al pueblo a que “buscara a Jehová”. No había esperado a que ocurriera una calamidad para obrar así. Por lo tanto, con fe en Dios, podía pedirle a él que interviniera a favor de ellos. ¿Cuál fue el resultado? Jehová dio a Judá una rotunda victoria (2 Crónicas 14:2-12).
Ahora bien, cuando Asá regresó victorioso, Jehová envió a Azarías para que se encontrara con él y le dijera: “¡Óiganme, oh Asá y todo Judá y Benjamín! Jehová está con ustedes mientras ustedes resulten estar con él; y si lo buscan, se dejará hallar de ustedes; pero si lo dejan, él los dejará a ustedes” (2 Crónicas 15:2). Con celo renovado, Asá promovió la adoración verdadera. Pero unos años más tarde, cuando se encaró de nuevo a una guerra, no buscó a Jehová. No consultó la Palabra de Dios ni recordó lo que Él había hecho cuando el ejército etíope invadió Judá, sino que cometió una gran tontería: se alió con Siria (2 Crónicas 16:1-6).
Por esta razón, Jehová hizo que Hananí el vidente censurara a Asá. Incluso en el momento en que se le explicó cómo veía Dios el asunto, el rey pudo haberse beneficiado de la corrección, pero, en vez de eso, se ofendió y puso a Hananí en la casa de los cepos (2 Crónicas 16:7-10). ¡Qué triste! ¿Y nosotros? ¿Buscamos a Dios, pero luego rehusamos aceptar algún consejo? Cuando un anciano preocupado y amable nos aconseja con la Biblia porque nos estamos enredando en el mundo, ¿demostramos nuestro agradecimiento por la ayuda amorosa que se nos ofrece para que sepamos “lo que es acepto al Señor”?
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