Claro que no hay nada malo en tener un grado razonable de amor propio; la Biblia manda amar al prójimo como a uno mismo (Mateo 22:39). Además, es natural desear comodidades y felicidad. Sin embargo, las Escrituras también fomentan el trabajo duro, la humildad y la modestia (Proverbios 15:33; Eclesiastés 3:13; Miqueas 6:8). Con frecuencia, la persona honrada, confiable y trabajadora se hace notar, consigue un buen empleo y se gana el respeto de los demás. De seguro, seguir este proceder es mejor que manipular a la gente para provecho propio o que competir con otros por un puesto.
Jesús advirtió a sus oyentes contra escoger para sí un lugar prominente en un banquete de bodas. Les aconsejó irse al lugar más bajo y dejar a discreción del anfitrión el colocarlos en otro lugar. Y para dejar claro el principio envuelto, les dijo: “Todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado” (Lucas 14:7-11).
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