“Que todo hombre [...] vea el bien por todo su duro trabajo.” (ECLESIASTÉS 3:13.)
HOY, muchas personas consideran el trabajo como una especie de maldición, una auténtica carga. Efectúan día tras día labores que no les entusiasman y, para colmo, durante jornadas que les parecen interminables. Pero no tienen por qué resignarse a vivir con esa actitud. Pueden hallar la motivación necesaria para llevar a cabo sus tareas con interés y, lo que es más, con verdadera satisfacción.
La Biblia ofrece una imagen positiva del trabajo arduo. Señala que tanto la actividad laboral como los frutos que produce son una bendición. Así, el sabio Salomón escribió: “Que todo hombre coma y [...] beba y vea el bien por todo su duro trabajo. Es el don de Dios” (Eclesiastés 3:13). Jehová, que nos ama profundamente y quiere lo mejor para nosotros, desea que nos sintamos realizados en nuestro empleo y que disfrutemos de los beneficios que nos brinda. Si aprendemos a ver el trabajo como lo ve Dios, y nos guiamos por sus principios, podremos mantenernos en su amor (Eclesiastés 2:24; 5:18).
En este capítulo analizaremos cuatro cuestiones: ¿Cómo consigue el cristiano ver “el bien por todo su duro trabajo”? ¿Qué empleos debe evitar? ¿Cómo puede equilibrar las actividades laborales y las espirituales? ¿Y cuál es la obra más importante que ha de realizar? Pero, antes de nada, hablemos de los dos mejores trabajadores que existen: Jehová y Jesucristo.
EL TRABAJADOR SUPREMO Y EL OBRERO MAESTRO
Jehová es el Trabajador Supremo. No en vano, Génesis 1:1 dice: “En el principio Dios creó los cielos y la tierra”. Más tarde, cuando concluyó sus obras en nuestro planeta, calificó de “muy bueno” todo lo que había hecho (Génesis 1:31). Dicho de otro modo, estaba plenamente satisfecho con su labor. Sin duda, al “Dios feliz” le causaba un gozo indescriptible ser tan productivo (1 Timoteo 1:11).
Jehová es sumamente industrioso; tanto, que nunca está inactivo. Por eso, muchos siglos después de que las creaciones terrestres quedaran terminadas, Cristo dijo: “Mi Padre ha seguido trabajando hasta ahora” (Juan 5:17). Pero ¿qué ha estado haciendo el Padre? Desde los cielos, ha estado muy ocupado cuidando del hombre y guiándolo. Además, ha producido “una nueva creación”: los cristianos engendrados por espíritu, los cuales van a reinar con Jesús en el cielo (2 Corintios 5:17). Nunca ha cesado de trabajar por el cumplimiento de su propósito para los seres humanos, a saber, que quienes le aman vivan eternamente en un nuevo mundo (Romanos 6:23). Y tiene que estar muy contento con los resultados, pues ha logrado que millones de personas escuchen el mensaje del Reino, sean atraídas a su lado y hagan los cambios necesarios para mantenerse en su amor (Juan 6:44).
Por largo tiempo, Jesús ha dado un magnífico ejemplo de diligencia. Mucho antes de venir a la Tierra fue el “obrero maestro” mediante el que Jehová creó todas las cosas “en los cielos y sobre la tierra” (Proverbios 8:22-31; Colosenses 1:15-17). Y durante su vida humana no dejó de ser un buen trabajador. Desde muy pequeño aprendió el oficio de la construcción, y llegó a conocérsele como “el carpintero” (Marcos 6:3). Recordemos que en aquellos días no había ni almacenes de materiales ni aserradoras ni herramientas eléctricas. Aquella profesión era completamente artesanal y exigía mucha fuerza y destreza. ¿Nos imaginamos a Jesús yendo a buscar madera, tal vez talando él mismo los árboles y arrastrando los troncos hasta donde los necesitaba? ¿Y luego preparando y colocando las vigas de las casas, instalando las puertas e incluso fabricando muebles? Sin duda, él conocía por experiencia propia el placer que produce hacer las cosas bien.
Jesús también fue muy aplicado al llevar a cabo su ministerio. Por tres años y medio estuvo absorto en esa misión crucial. Quería llegar al mayor número de personas, y por eso aprovechaba bien los días, levantándose muy temprano y afanándose hasta entrada la noche (Lucas 21:37, 38; Juan 3:2). Viajaba “de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, predicando y declarando las buenas nuevas del reino de Dios” (Lucas 8:1). Abarcó centenares de kilómetros, caminando por senderos polvorientos, para llevar las buenas nuevas a la gente.
¿Vio Jesús los frutos de su trabajo? Claro que sí. Sembró tantas semillas de la verdad del Reino que dejó campos enteros listos para la cosecha. La obra de Dios lo fortalecía y sostenía a tal grado que no le importaba quedarse en ayunas por realizarla (Juan 4:31-38). Al final de su ministerio en la Tierra, ¡qué contento tuvo que sentirse al poder decir a su Padre: “Yo te he glorificado sobre la tierra, y he terminado la obra que me has dado que hiciera”! (Juan 17:4.)
Sin duda, nadie nos ha dado un mejor ejemplo de ver “el bien por todo su duro trabajo” que Jehová y Jesús. El amor que nos inspiran nos mueve a ser “imitadores de Dios” y a seguir los “pasos [de Cristo] con sumo cuidado” (Efesios 5:1; 1 Pedro 2:21).
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