Para hallar las respuestas, repasemos meticulosamente lo que el propio Jesucristo profetizó. Tal vez le sorprenda descubrir que Jesús sabía que su congregación dejaría de ser fácilmente identificable y que él iba a permitir que esa triste situación durara siglos.
Jesús relacionó su congregación con “el reino de los cielos” diciendo: “El reino de los cielos ha llegado a ser semejante a un hombre que sembró semilla excelente en su campo. Mientras los hombres dormían, vino el enemigo de él y sobresembró mala hierba entre el trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y produjo fruto, entonces apareció también la mala hierba. De modo que los esclavos del amo de casa vinieron y le dijeron: ‘Amo, ¿no sembraste semilla excelente en tu campo? Entonces, ¿cómo sucede que tiene mala hierba?’. Él les dijo: ‘Un enemigo, un hombre, hizo esto’. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres, pues, que vayamos y la juntemos?’. Él dijo: ‘No; no sea que por casualidad, al juntar la mala hierba, desarraiguen el trigo junto con ella. Dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega; y en la época de la siega diré a los segadores: Junten primero la mala hierba y átenla en haces para quemarla; entonces pónganse a recoger el trigo en mi granero’” (Mateo 13:24-30).
Jesús señaló que él mismo era “el sembrador” y que “la semilla excelente” representaba a sus auténticos discípulos. “El enemigo” era Satanás el Diablo, y “la mala hierba”, los cristianos falsos que se infiltraron en la congregación cristiana primitiva. Dijo, además, que permitiría que “el trigo” y “la mala hierba” crecieran juntos hasta “la siega”, que tendría lugar en “una conclusión de un sistema de cosas” (Mateo 13:37-43). ¿Qué implicó todo esto?
Se corrompe la congregación cristiana
Poco después de la muerte de los apóstoles, maestros apóstatas de dentro de la congregación comenzaron a apoderarse de ella. Hablaban “cosas aviesas para arrastrar a los discípulos tras de sí” (Hechos 20:29, 30). Aquello hizo que muchos cristianos “se apartar[a]n de la fe” y fueran “desviados a cuentos falsos” (1 Timoteo 4:1-3; 2 Timoteo 4:3, 4).
The New Dictionary of Theology dice que para el siglo IV, “el cristianismo católico ya se había convertido en la religión oficial [...] del Imperio romano”. Existía una “unión de la sociedad civil y la eclesial”, es decir, una fusión entre Iglesia y Estado que era diametralmente opuesta a las convicciones de los primeros cristianos (Juan 17:16; Santiago 4:4). La misma obra asegura que con el correr del tiempo, toda la estructura y naturaleza de la Iglesia, así como muchas de sus doctrinas fundamentales, cambiaron por completo “bajo la influencia de una extraña y totalmente perniciosa combinación del AT [Antiguo Testamento] con ideas neoplatónicas”. Tal como predijo Jesucristo, el florecimiento de los falsos cristianos ocultó a los auténticos discípulos.
Quienes escucharon a Jesús sabían lo difícil que era distinguir el trigo verdadero de las malas hierbas, como la cizaña aristada, que antes de madurar se parece mucho al trigo. Con esta ilustración, Jesús reveló que durante una época resultaría difícil diferenciar a los auténticos cristianos de los falsos. Esto no significa que la congregación cristiana dejó de existir, pues él prometió que seguiría guiando a sus hermanos espirituales “todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas” (Mateo 28:20). Jesús dijo que el trigo no cesaría de crecer. A pesar de ello y de que durante siglos los auténticos cristianos —agrupados o no— se esforzaron al máximo por ser fieles a las enseñanzas de Cristo, ya no formaban una organización, o cuerpo visible, fácilmente identificable. Sin lugar a dudas, no fueron como el sistema religioso apóstata que a lo largo de la historia no hizo más que traer vergüenza y deshonra al nombre de Jesucristo (2 Pedro 2:1, 2).
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