Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado (Rom. 5:12).
Podríamos decir que la tasa de infección del pecado es del 100% (Rom. 3:23). ¿Y cuál es la tasa de mortalidad? Pablo escribió que el pecado causa la muerte de “todos los hombres”. Hoy día, pocas personas hablarían del pecado y la muerte en términos tan fatalistas. Es cierto que se conmocionan cuando fallece alguien relativamente joven, pero ven la muerte como algo natural si sucede en la vejez. No se dan cuenta de cuál es el punto de vista del Creador al respecto. En realidad, la duración de nuestra vida es infinitamente menor que la que él se proponía. De hecho, desde su perspectiva, ningún ser humano ha vivido más de un día (2 Ped. 3:8). Por eso, la Palabra de Dios dice que nuestra vida es tan breve como la de una flor, como un suspiro o una exhalación (Sal. 39:5; 1 Ped. 1:24). ¿Por qué debemos tener esto presente? Porque cuanto mejor entendamos la gravedad de nuestra “enfermedad” (el pecado), más valoraremos la “cura”: todo lo que Jehová ha hecho para liberarnos.
Tuesday, January 18
Through one man sin entered into the world and death through sin, and thus death spread to all men because they had all sinned.—Rom. 5:12.
The infection rate of sin is 100 percent. (Rom. 3:23) And what is the mortality rate? Paul wrote that sin brings death “to all men.” Many today do not see sin and death in such dire terms. They worry about what they call premature death, but they dismiss as “natural” the death that creeps up on humans through the aging process. It is all too easy for humans to forget the Creator’s perspective. Our lifespan is infinitely shorter than he meant it to be. Actually, no human has lived for even “one day” from Jehovah’s point of view. (2 Pet. 3:8) God’s Word thus says that our lives are as transitory as a season’s growth of grass or as an exhaled breath. (Ps. 39:5; 1 Pet. 1:24) We need to keep that perspective in mind. Why? If we see the severity of the “disease” that afflicts us, we can better appreciate the value of the “cure”—our deliverance.
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