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Saturday, January 22, 2011

Le tocó la prenda de vestir


LAS noticias de que Jesús ha regresado de la Decápolis llegan a Capernaum, y una gran muchedumbre se reúne al lado del mar para recibirlo. Tienen que haberse enterado de que apaciguó la tempestad, y de la curación de los endemoniados. Ahora, cuando él llega a la ribera, la gente se le reúne alrededor, a la expectativa de lo que haya de hacer.

Uno de los que desea ver a Jesús es Jairo, un presidente de la sinagoga. Cae a los pies de Jesús y le suplica vez tras vez: “Mi hijita está gravísima. Sírvete venir y poner las manos sobre ella, para que quede sana y viva”. Puesto que Jairo no tiene más hijos, y la jovencita tiene solo 12 años, ella le es especialmente preciosa.

Jesús responde y, acompañado por la multitud, se encamina a la casa de Jairo. Podemos imaginarnos cuán emocionada está la gente a la espera de otro milagro. Pero la atención de cierta mujer entre la muchedumbre está enfocada en su propio grave problema.

Por 12 largos años esta mujer ha padecido de un flujo de sangre. Ha ido de un médico a otro, y gastado todo su dinero en tratamientos. Pero no ha recibido ayuda; en vez de eso, su problema ha empeorado.

Como usted quizás pueda comprender, la enfermedad que ella tiene, además de debilitarla muchísimo, es embarazosa y humillante. No es un tipo de aflicción de la que alguien por lo general hablaría en público.

Además, bajo la Ley de Moisés, el flujo de sangre hace inmunda a la mujer, y cualquiera que la toca o toca las prendas de vestir manchadas de sangre de ella tiene que lavarse y quedar inmundo hasta el atardecer.

Aquella mujer se ha enterado de los milagros que efectúa Jesús, y ahora lo ha buscado. Porque está inmunda, se mueve entre la muchedumbre tratando de llamar la menor atención posible a sí, diciéndose: “Si toco nada más que sus prendas de vestir exteriores, quedaré sana”. Cuando lo toca, ¡inmediatamente siente que su flujo de sangre se ha secado!

“¿Quién es el que me ha tocado?” ¡Cómo deben haberla sacudido esas palabras de Jesús! ¿Cómo podía saber él lo que había pasado? ‘Instructor —protesta Pedro—, las muchedumbres te cercan y te oprimen estrechamente, y dices tú: “¿Quién me tocó?”.’

Buscando con la vista a la mujer, Jesús explica: “Alguien me ha tocado, porque percibí que ha salido poder de mí”. Ciertamente no es un toque ordinario, porque la curación que ha resultado le resta vitalidad a Jesús.

La mujer, al ver que no ha pasado inadvertida, viene y cae delante de Jesús, atemorizada y temblando. Enfrente de toda la gente cuenta toda la verdad acerca de su enfermedad y cómo ha quedado curada ahora.

Conmovido al oír que lo confiesa todo, Jesús se compadece de ella y la consuela: “Hija, tu fe te ha sanado. Ve en paz, y queda sana de tu penosa enfermedad”. ¡Qué bueno es saber que Aquel a quien Dios ha escogido para gobernar la Tierra es tan afectuoso y compasivo, una persona que no solo se interesa en la gente, sino que también tiene el poder necesario para ayudarla! (Mateo 9:18-22; Marcos 5:21-34; Lucas 8:40-48; Levítico 15:25-27.)

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