Las Escrituras enseñan que, debido al pecado original que cometieron Adán y Eva al desobedecer a Dios, todos sus descendientes nacemos imperfectos, injustos a los ojos de Dios. Y la Biblia señala que “toda injusticia es pecado” (1 Juan 5:17).
Sin embargo, hay quienes se preguntan cómo es posible que todos los humanos nazcan en estado pecaminoso debido a una falta con la que no tuvieron nada que ver y que se cometió hace tanto tiempo. El profesor de Teología Edward Oakes señala que muchos fieles reaccionan ante esta doctrina “con un incómodo silencio, con una rotunda negativa o, si acaso, con una aparente aceptación, aunque después no sepan encajarla en su vida religiosa”.
¿Por qué razón se les hace difícil asimilar este concepto? Un primer factor tiene que ver con lo que las religiones han enseñado sobre el pecado heredado. Por ejemplo, durante el Concilio de Trento (1545-1563), la Iglesia condenó a todo el que negara que los bebés debían ser bautizados para la remisión de sus pecados.
Según los teólogos, si un recién nacido moría sin bautizar, su condición de pecado lo privaba eternamente de la visión de Dios en los cielos. Calvino llegó al punto de afirmar que los niños “vienen ya del seno materno envueltos en [...] condenación” y, por tanto, “toda su naturaleza [...] no puede por menos que ser odiosa y abominable a Dios”.
La mayoría de la gente ve a los bebés como criaturas inocentes que no merecen ser castigadas por el pecado heredado. Resulta comprensible, entonces, que al oír enseñanzas como las anteriores, muchos hayan rechazado la doctrina del pecado original. De hecho, hasta algunos miembros de la jerarquía eclesiástica se han resistido a lo largo de la historia a condenar al infierno a los bebés no bautizados. Como solución a este problema teológico, a los católicos se les ha enseñado durante siglos —aunque nunca como parte del dogma oficial de la Iglesia— que las almas de los inocentes que mueren sin bautizar van a un lugar llamado limbo.
Un segundo factor que ha debilitado la creencia en el pecado original son las dudas que algunos filósofos, científicos y teólogos del siglo XIX sembraron acerca de la autenticidad de las historias bíblicas. El relato de Adán y Eva, por ejemplo, se ha convertido en un simple cuento, en especial para quienes creen en la teoría de la evolución de Darwin. Lo que es más, muchos ya no consideran que la Biblia sea el producto de una revelación divina, sino de la mentalidad y las tradiciones de quienes la escribieron.
¿Cómo afecta esto a la doctrina del pecado original? Si a los fieles se los convence de que Adán y Eva son los personajes de una historia ficticia, lo más lógico es que lleguen a la conclusión de que el pecado original también es un cuento. Incluso quienes admiten que los seres humanos somos imperfectos ven el concepto del pecado original como una simple alusión a nuestra tendencia a pecar.
Como hemos visto, la sociedad moderna ha desterrado la idea del pecado heredado. Pero ¿qué fue de los pecados personales?
¿Por qué no ver las Escrituras aquí?
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