“No [...] dejen que les llamen ‘líder’ pues ustedes solamente tienen un Líder, [...] el Cristo.” (MAT. 23:9, 10, La Palabra de Dios para Todos [PDT])
El príncipe espiritual de Israel
Siglos antes de que se fundara la congregación cristiana, Jehová nombró a un ángel para dirigir a su pueblo. Tras liberar de Egipto a la nación de Israel, Dios le anunció: “Voy a enviar un ángel delante de ti para mantenerte en el camino y para introducirte en el lugar que he preparado. Cuídate a causa de él y obedece su voz. No te portes rebeldemente contra él, porque no perdonará la transgresión de ustedes; porque mi nombre está dentro de él” (Éxo. 23:20, 21). ¿Quién era este ángel? En vista de que Jehová dijo: “Mi nombre está dentro de él”, tenemos razones para pensar que se trataba de su Hijo primogénito.
Todo indica que, antes de venir a la Tierra, el Hijo de Dios era conocido por el nombre Miguel. En el libro de Daniel se le llama “el príncipe de [Israel]” (Dan. 10:21). Por otro lado, el discípulo Judas menciona un suceso que muestra que mucho antes de los días de Daniel, Miguel ya actuaba a favor del pueblo de Dios. Cuando Moisés murió, parece que Satanás intentó usar su cadáver con malos fines, posiblemente para fomentar la idolatría entre los israelitas. Sin embargo, Miguel intervino para impedírselo. Judas señala en su carta que “cuando Miguel el arcángel tuvo una diferencia con el Diablo y disputaba acerca del cuerpo de Moisés, no se atrevió a llevar un juicio contra él en términos injuriosos, sino que dijo: ‘Que Jehová te reprenda’” (Jud. 9). Poco después de aquel suceso y justo antes del asedio a Jericó, el “príncipe del ejército de Jehová” —sin duda Miguel— se le apareció a Josué para confirmarle que contaba con el respaldo divino (léase Josué 5:13-15). Y siglos más tarde, en tiempos de Daniel, el arcángel Miguel acudió en auxilio de un ángel que llevaba un importante mensaje para el profeta, pero que había sido interceptado por un poderoso demonio (Dan. 10:5-7, 12-14).
Se convierte en el Líder prometido
Desde el comienzo de su ministerio, Jesús demostró que era el Líder prometido, “Mesías el Caudillo”. Pocos días después de bautizarse comenzó a reunir seguidores y realizó su primer milagro (Juan 1:35–2:11). Acompañado de sus discípulos, recorrió Israel predicando las buenas nuevas del Reino (Luc. 8:1). No solo les enseñó a predicar y enseñar, sino que les mostró con el ejemplo cómo hacerlo (Luc. 9:1-6). ¡Qué excelente modelo para los superintendentes cristianos de nuestros días!
Jesús aludió a otro aspecto importante de su liderazgo al compararse con un pastor cariñoso. En Oriente Medio, el pastor acostumbra caminar al frente del rebaño. “Va delante, no solo para señalar el camino, sino para asegurarse de que sea transitable y seguro. [...] Con la ayuda de su cayado, controla al rebaño y lo dirige hacia verdes pastos, además de defenderlo de los depredadores.” (The Land and the Book [La tierra y el libro], de William M. Thomson.) Jesús era un verdadero Pastor y Líder. Por eso dijo: “Yo soy el pastor excelente; el pastor excelente entrega su alma a favor de las ovejas. [...] Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen” (Juan 10:11, 27). Fiel a su palabra, sacrificó su vida por sus ovejas, tras lo cual fue resucitado por Jehová y designado como “nuestro Líder y Salvador” (Hech. 5:31, PDT; Heb. 13:20).
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