Cuando hablamos de luchar con tenacidad por obtener la bendición divina, pudiera venirnos a la mente el caso de Jacob. Él ignoraba cómo se llevaría a cabo la promesa que había recibido su abuelo Abrahán, pero estaba seguro de algo: Jehová se encargaría de que los descendientes de su abuelo fueran muchísimos y formaran una gran nación. Por eso, en el año 1781 antes de nuestra era, Jacob viajó a la ciudad de Harán en busca de esposa. No solo quería una agradable compañera, sino una mujer espiritual, una sierva de Dios que pudiera ser una buena madre.
Como sabemos, Jacob conoció a una de sus parientes, Raquel, y se enamoró de ella. A fin de obtener su mano, estuvo dispuesto a trabajar siete años para Labán, el padre de la joven. Pero esta no era tan solo una bella historia de amor. Él conocía bien la promesa que Jehová le había hecho a su abuelo Abrahán y que luego le había confirmado a su padre, Isaac (Gén. 18:18; 22:17, 18; 26:3-5, 24, 25). Más tarde, el propio Isaac le diría a Jacob: “Dios Todopoderoso te bendecirá y te hará fructífero y te multiplicará, y ciertamente llegarás a ser una congregación de pueblos. Y a ti te dará la bendición de Abrahán, a ti y a tu descendencia contigo, para que tomes posesión de la tierra de tus residencias como forastero, que Dios ha dado a Abrahán” (Gén. 28:3, 4). Por tanto, todo el empeño que puso Jacob en encontrar la mujer indicada y formar una familia revelaba su confianza en las promesas divinas.
Una vez que Jacob formó un hogar, su interés no fue conseguir grandes riquezas para los suyos, sino transmitirles el legado espiritual que había recibido. Para él, lo primero era la voluntad de Dios. Con tal de obtener su bendición, estaba decidido a esforzarse al máximo y a superar cualquier obstáculo. Esa fue la actitud que mantuvo hasta su vejez, y Jehová lo bendijo por ello (léase Génesis 32:24-29).
Al igual que Jacob, no sabemos con lujo de detalles cómo va a desarrollarse el propósito de Dios. Sin embargo, al estudiar la Biblia nos hacemos un cuadro general sobre “el día de Jehová” y lo que implicará (2 Ped. 3:10, 17). Por ejemplo, desconocemos la fecha exacta, pero sí sabemos que está cerca. Además, confiamos en la promesa bíblica de que, si nos esforzamos por dar un testimonio exhaustivo en el corto tiempo que queda, lograremos salvarnos a nosotros y a quienes nos escuchen (1 Tim. 4:16).
Comprendemos que el fin puede llegar en cualquier momento. El horario divino ya está establecido, y no depende de que nosotros alcancemos a dar testimonio personalmente a cada habitante del planeta (Mat. 10:23). No obstante, Jehová nos ha dado instrucciones que nos permiten realizar la predicación de la forma más eficaz posible. Con fe participamos en esta obra dando lo mejor de nosotros y utilizando todos los recursos a nuestro alcance. ¿Abrazarán la verdad muchas personas en los territorios donde predicamos?
En realidad, no podemos saberlo de antemano (léase Eclesiastés 11:5, 6). Nuestra responsabilidad es anunciar el mensaje, confiando en que Jehová bendecirá nuestra labor (1 Cor. 3:6, 7). Podemos estar seguros de que él ve cuánto empeño ponemos y de que, valiéndose de su espíritu, siempre nos dará las instrucciones que necesitemos (Sal. 32:8).
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