En primer lugar, Efesios 4:29 nos insta: “No proceda de la boca de ustedes ningún dicho corrompido”. Puede que esto no sea fácil. Una razón es que el lenguaje obsceno es muy común en este mundo. Muchos jóvenes cristianos oyen palabras obscenas todos los días, pues sus condiscípulos tal vez crean que estas dan fuerza a lo que dicen o que les hacen parecer más duros. Puede que no podamos evitar por completo oír obscenidades, pero podemos y debemos hacer un verdadero esfuerzo para no aprenderlas. No hay lugar para estas ni en nuestra mente ni en nuestra boca.
Al dar esta advertencia, Pablo utiliza una palabra griega que se refiere a pescado podrido o fruta echada a perder. Imagínese la siguiente escena: Usted ve a un hombre que se impacienta y se pone muy furioso. Finalmente, pierde los estribos, y usted ve que de su boca sale un pescado podrido. Luego ve salir fruta pestilente y echada a perder que ensucia a todas las personas que están a su alrededor. ¿Quién es este hombre? ¡Qué deshonra si fuera cualquiera de nosotros! No obstante, esa descripción pudiera aplicarnos si ‘de nuestra boca proceden dichos corrompidos’.
Otra manera de aplicar Efesios 4:29 es evitando ser demasiado criticones. Es cierto que todos tenemos opiniones y preferencias personales en cuanto a lo que no nos gusta o no consideramos aceptable, pero ¿ha estado usted con alguien que parece tener algo negativo —o muchas cosas negativas— que decir sobre cualquier persona, lugar o cosa que se mencione? (Compárese con Romanos 12:9; Hebreos 1:9.) Esa clase de habla derrumba, deprime o destruye. (Salmo 10:7; 64:2-4; Proverbios 16:27; Santiago 4:11, 12.) Puede que esa persona no se dé cuenta de lo mucho que se asemeja a los criticones que describió Malaquías. (Malaquías 3:13-15.) ¡Qué sorpresa le causaría si alguien que estuviera a su lado le dijera que de su boca está saliendo una fruta echada a perder o un pescado podrido!
Aunque es fácil darse cuenta de que otra persona constantemente hace comentarios negativos o críticos, pregúntese: ‘¿Tiendo yo a hacer eso? Francamente, ¿lo hago?’. Sería prudente que de vez en cuando reflexionáramos sobre el espíritu que hay tras nuestras palabras. ¿Suelen ser negativas, encierran crítica? ¿Nos expresamos como los tres falsos consoladores de Job? (Job 2:11; 13:4, 5; 16:2; 19:2.) ¿Podríamos decir algo positivo? Si notamos que la conversación en general es negativa, ¿por qué no cambiamos el tema y hacemos comentarios edificantes?
Por otra parte, Malaquías escribió: “Los que estaban en temor de Jehová hablaron unos con otros, cada uno con su compañero, y Jehová siguió prestando atención y escuchando. Y un libro de recuerdo empezó a ser escrito delante de él para los que estaban en temor de Jehová y para los que pensaban en su nombre”. (Malaquías 3:16.) ¿Notó usted que Dios respondió al habla edificante? ¿Qué efecto tenía muy probablemente esa conversación en los compañeros? Esto nos enseña una lección respecto a nuestra habla diaria. Es mucho más provechoso para nosotros y los demás si refleja nuestro ‘sacrificio de alabanza a Dios’. (Hebreos 13:15.)
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