La calidad de vida depende a buen grado de la calidad de las amistades. Por lo general, los egocéntricos no son felices, pues no tienen amigos con quienes compartir lo que poseen o lo que piensan. Como bien dijo Jesucristo, “hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35). De forma análoga, el poeta inglés George Byron escribió: “Quien quiera acrecentar su gozo, compártalo”.
Ahora bien, ¿qué es un amigo? Un diccionario lo define así: “Con respecto a una persona, otra que guarda con ella una relación de afecto, cariño y solidaridad”. El amigo genuino nos ayuda a orientar los pensamientos hacia el bien, nos anima y nos edifica en tiempos difíciles, y hasta participa de nuestras tristezas. Como dijo el rey Salomón, “un compañero verdadero ama en todo tiempo, y es un hermano nacido para cuando hay angustia” (Proverbios 17:17). A diferencia de muchos bienes materiales que se deprecian con los años, la amistad auténtica crece y florece con el tiempo.
Las Escrituras exhortan al cristiano a ‘ensanchar’ sus afectos (2 Corintios 6:13). Sí, es sabio brindarnos a los demás. En Eclesiastés 11:1, 2 leemos: “Envía tu pan sobre la superficie de las aguas, pues con el transcurso de muchos días lo hallarás otra vez. Da una porción a siete, o aun a ocho, pues no sabes qué calamidad ocurrirá en la tierra”. ¿Qué tiene que ver este principio con las amistades? Si entablamos muchas, alguna habrá que nos ayude en tiempos difíciles.
Además, los amigos de verdad nos protegen de otro modo. Como señala Proverbios 27:6, “las heridas infligidas por uno que ama son fieles”. Así, aunque cualquiera puede colmarnos de elogios, solo estos compañeros nos tienen la estima necesaria para señalarnos las faltas graves y aconsejarnos de forma constructiva y cariñosa (Proverbios 28:23).
Los amigos íntimos se cuentan entre los singulares regalos de la vida que pueden incitarnos al bien. El capítulo 10 de Hechos refiere cómo actuó Cornelio, oficial del ejército romano, cuando un ángel le indicó que Dios había escuchado sus oraciones y que lo visitaría el apóstol Pedro. Ansioso de recibirlo, “[convocó] a sus parientes y a sus amigos íntimos”. Estos últimos figuraron entre los primeros gentiles incircuncisos que abrazaron las buenas nuevas y recibieron la unción del espíritu santo, lo que les daría la oportunidad de gobernar con Cristo en el Reino de Dios. ¡Qué bendición para aquellos amigos! (Hechos 10:24, 44.)
Ahora bien, ¿cómo podemos hacer amistades? La Biblia responde con detalle a esta pregunta e incluye consejos prácticos
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