Jesús enseñaba a sus discípulos con el propósito de que llegasen a ser como él, predicadores y maestros de las buenas nuevas del Reino, por lo que dijo: “El alumno no es superior a su maestro, pero todo el que esté perfectamente instruido será como su maestro”. (Lu 6:40.) La historia posterior probó la eficacia de su enseñanza, pues sus discípulos continuaron en la obra que les había enseñado e hicieron discípulos por todo el Imperio romano (Asia, Europa y África) antes del final del primer siglo. Esta fue su obra principal, en armonía con el mandato de Jesucristo de Mateo 28:19, 20.
Las palabras de cierre del mandato de Jesús: “Y, ¡miren!, estoy con ustedes todos los días hasta la conclusión del sistema de cosas”, expresan con claridad que los cristianos están obligados a hacer discípulos de gente de todas las naciones hasta este mismo día. No hacen discípulos para sí mismos, los enseñados son discípulos de Jesucristo, pues siguen su enseñanza, no la de hombres. Por eso a los discípulos se les llamó cristianos por providencia divina. (Hch 11:26.) De manera semejante, Isaías también tuvo discípulos, pero no suyos. Eran discípulos que conocían la ley de Jehová y con quienes se hallaba el testimonio de esa ley. (Isa 8:16.)
Ser discípulo de Jesús no significa dedicarse a una vida contemplativa. Jesús no buscó su propia satisfacción, sino que siguió un derrotero que le enfrentó a la mayor oposición que el Diablo y sus agentes pudieron presentar. (Ro 15:3.) Jesús dijo que sus discípulos deberían amarle a él más que a sus familiares más allegados y que a sus propias almas, amar a sus hermanos cristianos y producir fruto espiritual. La persona que quiere ser discípulo de Cristo tiene que tomar su madero de tormento y seguir los pasos marcados por él. Para hacerlo, ha de ‘despedirse de todos sus bienes’, y a cambio recibirá muchas más cosas valiosas, si bien con persecuciones, también con la promesa de la vida eterna venidera. (Lu 14:26, 27, 33; Jn 13:35; 15:8; Mr 10:29, 30; )
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