EN LA mayoría de las circunstancias, el aislamiento no es natural. El aislamiento continuo no es proceder cristiano. Aunque Jehová Dios es completo en sí mismo y no necesita la compañía de otros, a él le pareció apropiado rodearse de miríadas de hijos espirituales. (Job 38:4-7; Dan. 7:10) Esta fue una expresión activa de su amor. Más tarde, ese mismo amor lo impulsó a crear un hijo terrestre, Adán. Se implantó tanto en los hijos terrestres como en los celestiales una maravillosamente diseñada facultad de comunicación. (1 Cor. 13:1) Dios no produjo a estos seres inteligentes sencillamente para recibir de ellos, sino, más bien, para dar. Se deleitó en tales hijos, y a ellos les complació el estar con él y estar unos con otros.—Compare con Proverbios 8:30, 31.
El Altísimo también decidió que no era bueno que Adán continuara solo, y por eso le suministró una compañera. (Gén. 2:18) El cumplimiento del mandato de Jehová de que la primera pareja llenara la Tierra habría de traer a la existencia una familia mundial de criaturas humanas que se comunicarían entre sí. (Gén. 1:28) ¡Qué claro está el hecho de que no había la intención de que los humanos sufrieran por los malos efectos del aislamiento!
No es maravilla, por lo tanto, que la Biblia haga referencia a casos de aislamiento mayormente desde un punto de vista negativo. (Sal. 25:16; 102:7) El destierro de Caín por el asesinato de su hermano fue una forma de aislamiento para él del resto de la familia humana. Él consideró esto como un castigo, difícil de soportar.—Gén. 4:11-14.
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