“El que ama la disciplina ama el conocimiento —dice Salomón—, pero el que odia la censura es irrazonable.” (Proverbios 12:1.) El que es bueno anhela la disciplina porque desea mejorar. Aplica con prontitud los consejos que recibe en las reuniones cristianas o en conversaciones personales. Las palabras que contienen las Escrituras y las publicaciones bíblicas son como aguijones que lo incentivan a seguir un proceder recto. Busca el conocimiento y lo utiliza para hacer sendas rectas para sus pies. En efecto, quien ama la disciplina ama también el conocimiento.
La disciplina es sumamente necesaria para los adoradores verdaderos, sobre todo, la autodisciplina. Tal vez deseamos tener un conocimiento más profundo de la Biblia, o anhelamos ser más eficientes en el ministerio cristiano y mejores maestros de la Palabra de Dios (Mateo 24:14; 28:19, 20). Pero se requiere autodisciplina para convertir esos deseos en realidades. La autodisciplina también es necesaria en otros campos de la vida. Por ejemplo, hoy día abunda la información concebida para despertar deseos ilícitos. ¿No es cierto que se requiere autodisciplina para impedir que nuestro ojo se fije en lo que es inapropiado? Por otra parte, dado que “la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud”, es posible que se origine un pensamiento inmoral en algún rincón de la mente (Génesis 8:21). Hay que tener autodisciplina para no detenernos en dicho pensamiento.
En cambio, el que odia la censura no ama ni la disciplina ni el conocimiento. Cede a la tendencia humana pecaminosa de resentirse por la censura y, como consecuencia, se degrada al nivel de un animal irracional —una bestia—, que carece de valores morales. Tenemos que oponernos firmemente a tal inclinación.
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