Así es, los muertos no tienen vida, no pueden oír ni ver ni hablar ni pensar. Por ejemplo, la Biblia dice: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto [...], su amor y su odio y sus celos ya han perecido”. La Biblia también enseña: “No hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol [el sepulcro], el lugar adonde vas”. (Eclesiastés 9:5, 6, 10.)
Por lo tanto, según la Palabra de Dios, la gente tiene conciencia de la muerte mientras vive. Sin embargo, cuando sobreviene la muerte, no tienen conciencia de nada. No se quedan al lado de su propio cadáver observando lo que se hace con él. En la no existencia no hay ni placer ni dolor, ni gozo ni aflicción. Los muertos no son conscientes del paso del tiempo. Se hallan en un estado de inconsciencia más profunda que el sueño.
Job, un siervo de Dios de tiempos antiguos, sabía que la gente no sigue viviendo después de la muerte. También entendía que sin la intervención de Dios no hay ninguna esperanza de volver a vivir. Job dijo: “El hombre físicamente capacitado muere y yace vencido; y el hombre terrestre expira, ¿y dónde está? Tiene que acostarse, y no se levanta”. (Job 14:10, 12.) Job no esperaba que al morir se reuniría con sus antepasados en un mundo de espíritus.
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