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Thursday, January 20, 2011

El Sermón del Monte... ‘Oigan estos dichos, y háganlos’


JESÚS concluyó el Sermón del Monte con una ilustración doble: “Por lo tanto a todo el que oye estos dichos míos y los hace se le asemejará a un varón discreto, que edificó su casa sobre la masa de roca. Y descendió la lluvia y vinieron las inundaciones y soplaron los vientos y dieron con ímpetu contra esa casa, pero no se hundió, porque había sido fundada sobre la masa de roca.”—Mat. 7:24, 25; compare con Lucas 6:47, 48.

La expresión “estos dichos míos” se refiere a las cosas que se enseñaron en el Sermón del Monte. “Todo el que oye” esos dichos no es una frase que solo se refiera a los que de hecho estuvieron presentes para escuchar el gran discurso de Jesús. Esto también incluye a todos los que posteriormente oyen verbalmente y por lectura su famoso sermón. Sin embargo, los beneficios duraderos solamente los recibe el que tanto oye como “hace” lo que Jesús estimuló a hacer.

Esto no significa simplemente ejecutar actos de adoración, abnegación y caridad que otros puedan admirar. Pocos pudieran igualar el celo que mostraban los fariseos por tales cosas. Sin embargo, ellos efectuaban estas cosas con hipocresía, y por eso éstas no significaban nada para Dios. (Note Mateo 6:1, 2, 5, 16.) En vez de dar énfasis a hechos que los seres humanos pueden ver, Jesús instó a los que le escuchaban a transformarse desde lo interior, por medio de cultivar las disposiciones mentales y del corazón que verdaderamente agradan a Dios. Por ejemplo, el Hijo de Dios dio a su auditorio la amonestación de reconocer que eran pobres en sentido espiritual y necesitaban a Dios (Mat. 5:3), de desarrollar apacibilidad de temperamento con relación a Dios y el congénere humano (Mat. 5:5), de amar la justicia y ser misericordiosos, de corazón puro y pacíficos. (Mat. 5:6-9) Las personas que escuchen este consejo desarrollarán una personalidad verdaderamente semejante a la de Dios. Esto se manifiesta en “obras excelentes” que resplandecen para la gloria de Dios. Entre éstas está el sentirse uno movido, como se sintieron muchos de los que escucharon a Jesús en aquel tiempo, a proclamar las “buenas nuevas” a otras personas.—Mat. 5:14-16; compare con Colosenses 3:10, 16.

La persona que es ‘discreta’ (discernidora, que muestra buen juicio, prudente) edifica su casa “sobre la masa de roca,” un gran cuerpo rocoso como una montaña, un peñasco o una enorme formación rocosa. La casa que está sólidamente fijada sobre un fundamento de roca permanece intacta durante la furia de las tormentas.

“La lluvia” y “las inundaciones” (que ocurren súbitamente en los valles de torrente durante un aguacero) no barren con su fundamento. Los “vientos” que la azotan desde todo lado no hacen que la casa ‘se hunda’ durante una tormenta.

En sentido figurado, el construir la casa de uno sobre la masa de roca significa amoldar los pensamientos, motivos y hechos subsiguientes de uno a todo el cuerpo o conjunto de “estos dichos míos,” como se encuentran en el Sermón del Monte. Las adversidades que azotan de súbito como una tempestad violenta en Palestina no pueden llevarse un fundamento tan sólido para la conducta piadosa. Es durante tiempos de dificultad que el que es hacedor de las palabras de Jesús ‘se asemejará’ a (o demostrará que es como) el constructor discreto que edifica sobre un fundamento de roca. Los rasgos y cualidades personales que él ha desarrollado en armonía con la Palabra de Dios no ‘se hundirán’ cuando sobrevengan circunstancias difíciles.

No abandonará su servicio a Dios.

Por otra parte, Jesús pasó a decir: “A todo el que oye estos dichos míos y no los hace se le asemejará a un varón necio, que edificó su casa sobre la arena. Y descendió la lluvia y vinieron las inundaciones y soplaron los vientos y dieron contra esa casa y se hundió, y fue grande su desplome.”—Mat. 7:26, 27; compare con Lucas 6:49.

En el país donde Jesús efectuó su ministerio sería insensato construir una casa sobre arena. La lluvia, las inundaciones y los furiosos vientos terminarían rápidamente con tal construcción. ‘Su desplome sería grande’... completo y sin posibilidad de reparaciones.

Algo similar le sucedería figurativamente al que “oye estos dichos míos y no los hace.” Tal persona no basa su vida en la obediencia a las enseñanzas de Cristo, sino en desobediencia egoísta a los dichos de Cristo, la cual, como arena, se va en una inundación. Durante los días tranquilos, en los cuales la vida fluye sin muchas dificultades, tal individuo pudiera ocultar el hecho de que en él faltan cualidades de piedad o devoción. Pero tan pronto como azotan las dificultades ‘se le asemeja,’ o resulta ser similar, al insensato que ha edificado sobre la arena. En cuanto a cualquier fingimiento por parte de él en el sentido de que sea siervo de Dios, las adversidades tempestuosas harán que se pandee y sufra un ‘gran desplome.’ Santiago, quien escribió parte de la Biblia, al considerar el hecho de que era necesario reemplazar los pensamientos y motivos incorrectos con pensamientos y motivos correctos para llegar a ser un feliz ‘hacedor de la obra de Dios,’ dio consejo similar al que dio Jesús:

“Háganse hacedores de la palabra, y no solamente oidores, engañándose a ustedes mismos con razonamiento falso. Porque si alguno es oidor de la palabra, y no hacedor, éste es semejante al hombre que mira su rostro natural en un espejo. Pues se mira, y se va e inmediatamente olvida qué clase de hombre es. Pero el que mira con cuidado en la ley perfecta que pertenece a la libertad y persiste en ella, éste, por cuanto se ha hecho, no un oidor olvidadizo, sino un hacedor de la obra, será feliz al hacerla él mismo.”—Sant. 1:22-25.

Después, el relato del Evangelio de Mateo añade: “Ahora bien, cuando Jesús terminó estos dichos, el efecto fue que las muchedumbres quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad, y no como sus escribas.”—Mat. 7:28, 29.

El “modo de enseñar” de Jesús, es decir, todo el conjunto de información instructiva del Sermón del Monte, causó asombro en sus oyentes. No era la clase de enseñanza que estaban acostumbrados a recibir de “sus escribas,” quienes eran doctos en la tradición oral judía. Cuando los escribas enseñaban algo, lo decían “en el nombre de” alguna autoridad previa. Respecto a esto, leemos en el Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento):

“El término mish-shum [“en el nombre de”] es importante en la tradición judía. El r[abino] Meir da una parábola en el nombre (mish-shum) del rabino Gamaliel, . . . El que oía algo en la casa de instrucción y lo pasaba a otras personas tenía la obligación de citar la autoridad a la cual recurría, en cuyo nombre pasaba a otros la tradición. Una de las 48 condiciones necesarias para adquirir la Tora es que ‘uno pronuncie todo dicho en el nombre de su autor. . . ,’ Ab[oth], 6, 6; cf. Meg[illah], 15a. Esto muestra qué autoridad, o cuánta, tiene la declaración.”

Un relato rabínico dice que Hillel el Grande, quien vivió durante el primer siglo E.C., enseñó cierta tradición correctamente. “Pero, aunque discursó sobre aquel asunto todo el día, no recibieron su doctrina, hasta que dijo al fin: Así lo oí de Shemaia y Abtalión [autoridades anteriores a Hillel].”

Jesús no enseñó así. En vez de hablar en el nombre de otro ser humano, el Hijo de Dios declaró con frecuencia: “En verdad [yo] les digo,” “Sin embargo, yo les digo.” (Vea, por ejemplo, Mateo 5:18, 20, 22, 26, 28, 32, 34, 39, 44.) Habló como “persona que tiene autoridad,” una que representaba directamente a Dios, como sucedió en el caso de los profetas inspirados de antes del cristianismo. (Compare con Mateo 28:18.) ¡Cuán agradecidos podemos estar de que a Dios le haya parecido conveniente que este gran discurso se haya registrado en su Palabra inspirada!

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